El paisaje arracachero en los entramados del poder colonial en el municipio de Cajamarca, Tolima1

 

Jorge Eduardo Londoño-Botero2, Leyson Jimmy Lugo-Perea3

 

 

Recibido: 07 noviembre 2018 Aceptado: 19 noviembre 2019 Actualizado: 18 diciembre 2019

 

DOI: 10.17151/luaz.2020.50.6

 

 Resumen

 

Uno de los aportes más valiosos del pensamiento decolonial ha sido la generación de una teoría crítica que ha permitido comprender, entre otros aspectos, las lógicas del poder colonial y sus efectos en las realidades que convergen en el Gran Sur, toda vez que se han puesto en evidencia los modos de control y dominio de cuerpos y territorios para articularlos al engranaje capitalista. Esto puede ser ampliamente visible en escenarios complejos como las agriculturas, por ejemplo, pues allí convergen unas relaciones de poder que las cosifica y, en consecuencia, las inserta en una rigurosa matriz industrial que responde a los designios del poder colonial, como se presenta en esta investigación. Objetivo: analizar los efectos que el poder colonial tiene sobre el cultivo de arracacha en Cajamarca, Tolima. Materiales y métodos: se aplicaron entrevistas a profundidad, encuestas estructuradas, registro en diario de campo y revisión de información secundaria. Resultados: la histórica constitución de Cajamarca bajo el discurso colonial de despensa agrícola de Colombia ha conllevado a la configuración de un paisaje arracachero orientado por una marcada racionalidad agrocapitalista que ha ejercido, entre otros aspectos, una notable ordenación ontológica y epistemológica del territorio, así como a la emergencia de reglas de juego informales para la aparcería, mediante las cuales el poder colonial constituye relaciones de poder y dominio en torno al cultivo de arracacha. Conclusiones: se han producido subjetividades, se han disciplinarizado espacios, se han instituido protocolos técnicos y se han definido arreglos institucionales mediante los cuales se ejercen relaciones de poder en torno al cultivo de arracacha, lo que sugiere la amplia necesidad de promover transformaciones tecnológicas que apunten hacia la sustentabilidad.

 

Palabras clave: arracacha, poder colonial, subjetividades, discurso, despensa agrícola.

 

The arracachero landscape in the framework of colonial power in the municipality of Cajamarca, Tolima

 

ABSTRACT

 

One of the most valuable contributions of decolonial thinking has been the generation of a critical theory that has allowed us to understand, among other aspects, the logic of colonial power and its effects on the realities that converge in the Great South, given that the control and domain modes of bodies and territories have been put in evidence to articulate them to the capitalist gear. This can be widely visible in complex scenarios such as agriculture, for example, as it is in there where power relations that reify them converge and consequently, insert them into a rigorous industrial matrix that responds to the designs of colonial power, just like it is shown in this research. Objective:  analyze the effects that colonial power has on the cultivation of arracacha in Cajamarca, Tolima. Materials and methods: there were applied interviews, structured surveys, field diary and secondary information review. Results: the historic constitution of Cajamarca under the colonial speech of Colombia's agricultural pantry, has led to the configuration of an arracachero landscape oriented by a marked agrocapitalist rationality that has exerted, among other aspects, a remarkable ontological and epistemological order of the territory, as well as the emergence of informal game rules for sharecropping, by means of which the colonial power constitutes relations of power and dominance around the cultivation of arracacha. Conclusions: subjectivities have been produced, spaces have been disciplined, technical protocols have been instituted and institutional arrangements have been defined by which power relations are exercised around the cultivation of arracacha, which suggests the wide need to promote technological transformations that aim towards sustainability.

 

Keywords: arracacha, colonial power, subjectivities, discourse, agricultural pantry.

 


 

 

Introducción

 

El poder colonial hace referencia a las relaciones de control y dominio que se ejercen mediante un referente económico constituido desde la lógica de la explotación, destrucción, contaminación, ocupación, violencia, imposición, así como la superioridad y la inferioridad epistémica y ontológica. De ahí que se le entienda como un dispositivo moderno occidental hegemónico, articulado a “todas las formas históricas de control del trabajo, de sus recursos y de sus productos, en torno del capital y del mercado mundial” (Quijano, 2005, p. 202). Dicho de otro modo, este poder se constituye desde la racionalidad económica occidental a partir de la cual controla y domina los cuerpos y los territorios, mediante la imposición de prácticas inscritas en sus lógicas.

 

Lo anterior permite considerar que uno de los “escenarios” donde mejor operan, intervienen y funcionan los efectos del poder colonial son las agriculturas, toda vez que estas han sido asumidas, por un lado, como simples mercancías insertas en una rigurosa y sistemática matriz capitalista y, por el otro, como una posibilidad para desplegar, a través de ellas, diversos modos de control y dominación de corporalidades, subjetividades y territorios articulados a las lógicas avasalladoras de dicho poder. En términos concretos, diríamos, entonces, que estos “escenarios” han sido focalizados como espacios estratégicos y oportunos para la reproducción del discurso colonial y, en consecuencia, la imposición de un conjunto de prácticas que permiten configurar agriculturas, desde símbolos modernos y congruentes con los designios del poder colonial.

 

Esto último es ampliamente visible en municipios como Cajamarca (Tolima), uno de los territorios históricamente considerados como “potenciales” para la producción agrícola, pues sus particularidades ecológicas y geográficas dan lugar a una serie de ecosistemas que posibilitan una estratégica multiplicidad agrícola, al punto de rotulársele, por cierto, como la “despensa agrícola de Colombia”.

 

En tal sentido, lo que pretendemos en este escrito es intentar comprender la manera como el poder colonial genera dinámicas de exclusión y dominación a partir de estas potencialidades y particularidades, al orientar una configuración agricultural en Cajamarca fuertemente articulada a sus lógicas. Para ello, se toma como referente apenas un “recorte” de la extensa trama agricultural cajamarcuna, esto es, el cultivo de la arracacha a través del cual se “da forma” al paisaje arracachero, y mediante el cual es posible apreciar el modus operandi del poder colonial. Estas consideraciones abren paso a la tesis que orientará el hilo de la discusión, esto es, que el cultivo de arracacha del municipio de Cajamarca se ha efectuado a partir de los presupuestos epistémicos y ontológicos del poder colonial, lo que ha conllevado a la configuración de paisajes arracacheros y, por tanto, a la constitución de subjetividades y la disciplinarización de espacios, obedientemente articulados al mercado capitalista.

 

La discusión que se propone en este escrito sigue la siguiente ruta: en primer lugar, se muestran algunas anotaciones sobre el cultivo de la arracacha en Colombia y Cajamarca; en segundo lugar, se exponen las claves decoloniales a partir de las cuales se comprenderá la operación del poder colonial; en tercer lugar, se aborda el discurso de “Cajamarca: la despensa agrícola de Colombia”, desde el cual el poder colonial promueve prácticas hegemónicas para la configuración de la arquitectura agrícola en el territorio en mención; en cuarto lugar, se toma como referencia el paisaje arracachero para comprender la colonización ontológica y epistémica del territorio y, por último, se toman tres reglas de juego informales en torno a la aparcería, para comprender las relaciones de poder y dominio en el marco de la producción arracachera.

 


 

Materiales y método

 

La investigación se llevó a cabo en las veredas Las Hormas y El Águila en el Cañón de Anaime. Es importante mencionar que el cañón de Anaime es el referente histórico y geográfico más importante de Cajamarca, pues allí nació su cabecera municipal a finales del siglo XIX y, además, es el lugar donde se concentra la mayor área de producción agrícola. El municipio de Cajamarca se encuentra ubicado en la Cordillera Central, en el centro occidente del departamento del Tolima. La población actual es de 19.626 habitantes, según el DANE4 (2005). El corregimiento de Anaime está situado a 7 kilómetros por carretera pavimentada de la cabecera del municipio de Cajamarca. Cuenta con una población de 1200 habitantes (Dane, 2005). Conviene indicar que las veredas Las Hormas y El Águila son ocupadas actualmente por 62 familias campesinas productoras de arracacha, de las cuales el 56%, esto es, 35 familias viven en el territorio en forma permanente, mientras que las demás corresponden a familias fluctuantes que abandonan el territorio luego de las cosechas. De ahí, entonces, que se haya escogido una muestra superior al 50% de las familias permanentes, correspondiente a 19 fincas campesinas en total. 

 

La metodología fue de corte cualitativo y cuantitativo y se estructuró de tal forma que permitiera analizar dos aspectos centrales. El primero de ellos relacionado con el origen del discurso Cajamarca: la despensa agrícola de Colombia y sus efectos en el territorio, en tanto disciplinarización de espacios rurales y producción de subjetividades para la configuración de un paisaje, en este caso arracachero, orientado por la racionalidad técnica agrocapitalista denominada revolución verde. El segundo aspecto tiene que ver con las relaciones de poder y dominio que se ejercen en torno al cultivo de arracacha mediante tres arreglos institucionales informales a través de los cuales opera un sistema de aparcería articulado a las lógicas del poder colonial. En tal sentido, se revisaron fuentes secundarias tales como: Planes de Desarrollo Municipal (PDM) y el Esquema de Ordenamiento Territorial (EOT), en los cuales se encontraron elementos históricos que permitieron establecer el origen y el alcance del discurso en mención.

 

Aunado a ello, se hicieron 5 entrevistas a profundidad y 19 encuestas, se realizaron visitas y recorridos en fincas y mercados “arracacheros”, y se llevó registro permanente en diario de campo. Las entrevistas permitieron conocer, en voces de los sujetos arracacheros, 1) los métodos de siembra y administración del cultivo arracacha; 2) la comercialización; 3) los arreglos institucionales; entre otros; mientras que las encuestas permitieron obtener información relacionada con: 1) áreas cultivadas con arracacha por finca; 2) costos de producción; 3) mano de obra; 4) rentabilidad; 5) tipo y cantidad de agrotóxicos empleados; 6) modalidad de siembra, entre otros. Esta información permitió establecer la manera como se efectúa la colonización ontológica y epistémica a través del cultivo de arracacha y, en efecto, los modos de operación del poder colonial a través de la configuración del paisaje arracachero en el municipio de Cajamarca. 

 

Conviene agregar que la perspectiva crítica en la cual se inscribió esta investigación es el pensamiento decolonial, razón por la cual el diseño y el desarrollo de las técnicas de investigación antes reseñadas se hizo a partir de las siguientes cuatro claves decoloniales: colonialidad del poder, del saber, del ser y de la naturaleza. En suma, a partir de dichas claves se efectuó el análisis de la información cualitativa como referentes centrales para analizar el paisaje arracachero cajamarcuno como un constructo eminentemente colonial. En cuanto a la información cuantitativa, esta se analizó mediante estadística descriptiva, principalmente tablas. 

 

El motivo por el cual se escogió la arracacha como referente de análisis tiene que ver con dos aspectos centrales: el primero es la importancia de este cultivo para la dinámica económica regional y nacional; y el segundo el hecho de que Cajamarca haya sido históricamente considerado como el mayor productor de arracacha a nivel nacional. Como se verá en las anotaciones que siguen, ambos aspectos, aunados al imaginario de “la despensa agrícola de Colombia”, constituyen a Cajamarca, como se dijo antes, en un escenario potencial para el poder colonial en tanto haya logrado efectuar allí una ordenación ontológica y epistémica, así como la inscripción del cultivo de arracacha en sus exitosas pretensiones de control y dominio.

 

Aspectos preliminares

 

Anotaciones sobre la arracacha

 

La arracacha es una planta herbácea de origen andino, de porte bajo, aunque puede crecer hasta un metro y medio de altura (Parra, 2018). Se le atribuye ser una de las primeras plantas domesticadas y, por tanto, de las más antiguas en las prácticas agriculturales andinas. Su parte aérea está compuesta por flores moradas, brotes y hojas, de los cuales pueden derivarse nuevas plántulas mediante propagación vegetativa (Amaya y Julca, 2006). En su parte subterránea se encuentra la raíz, un tubérculo comestible comúnmente amarillo, aunque el color, la forma y el tamaño pueden variar según el material vegetal, el tipo de suelos y la variabilidad climática. Su ciclo vegetativo es bianual pero la producción de raíces es anual, de ahí que en plantaciones comerciales se realicen cosechas entre 10 y 12 meses de siembra antes de la floración (Amaya y Julca, 2006). El canon moderno occidental ordena llamarla universalmente Arracacia xanthorrhiza y la ubica en la familia apíaceae. Sin embargo, en los bordes o las fronteras del mundo occidental se le conoce bajo una multiplicidad de nombres según la complejidad y la sensibilidad local: racacha, apio criollo, viraca, zanahoria blanca, arrecate; rakacha, laquchu o huiasampilla en quechua; lakachu y lecachu en Aymara (Amaya y Julca, 2006).

 

Colombia es uno de los países andinos con mayor área de producción de arracacha, junto a Brasil, Ecuador y Venezuela. En el año 2016 se reportaron 6.478,69ha cosechadas a nivel nacional, distribuidas en 15 departamentos5, de las cuales 2.987,50 correspondían al municipio de Cajamarca (Tolima), cuya producción fue de 31.933 toneladas, esto es, una participación del 45,24% de la producción nacional6. La Unidad Municipal de Asistencia Técnica Agropecuaria (UMATA, 2018) reporta que en el año 2017 se sembraron 4.458 ha de arracacha, de las cuales se obtuvieron 49.038 toneladas. Esto convierte a Cajamarca en el municipio con mayor producción de arracacha del país, además de otros cultivos como fríjol, café, frutales y hortalizas, así como ganadería bovina, actividad que ocupa más del 60% del área rural. De hecho, Cajamarca ha sido históricamente considerada la “despensa agrícola de Colombia”, a lo que haremos amplia referencia más adelante.

 

Sin lugar a dudas, las condiciones ecológicas y las características del relieve han sido determinantes para constituir a Cajamarca en un referente potencial para la producción agrícola nacional, pues su ubicación sobre las estribaciones de la Cordillera Central colombiana da lugar a un amplio potencial hidrográfico, como a pisos térmicos que van desde los 1500 msnm a 3600 msnm, y le permite gozar de un variado régimen de lluvias, 1395 mm/año, como de temperaturas que oscilan entre 21°C en el piso más bajo y 6°C en el piso más alto. La variación altitudinal de Cajamarca hace que se presenten los cuatro pisos térmicos en el territorio: cálido, templado, frío, páramo bajo y paramo alto, por lo que se configura como un ecosistema propicio para el cultivo de la arracacha, entre muchos otros más, toda vez que esta se desarrolla mejor entre los 1000 msnm y 2000 msnm. A esto se añaden tres aspectos más como: la ubicación estratégica de la cabecera municipal, la cercanía a ciudades de importancia comercial y las óptimas vías de acceso a las mismas7.

 

Estos aspectos confieren a Cajamarca aquello que la racionalidad capitalista enuncia como ventajas comparativas y competitivas, representadas en las potencialidades anteriormente descritas y que resultan determinantes para la especialización agrícola, que es, en últimas, la intencionalidad de dichas ventajas, como ocurre en Cajamarca toda vez que se ha constituido en un “centro especializado” en la producción de arracacha, lo que ha conllevado a la configuración de paisajes productivos orientados por una racionalidad técnico instrumental y, en consecuencia, articulados a las lógicas de la racionalidad capitalista.

 

Estas anotaciones abren paso a la tesis central que se defenderá a lo largo de este escrito y que se expuso con anterioridad, la cual implica el abordaje de una perspectiva crítica que trascienda, por un lado, la mirada paradigmática y, por el otro, permita comprender las relaciones de poder en torno al cultivo de la arracacha más allá de la lógica capitalista, por lo que se abordarán algunas claves decoloniales como referentes de análisis, a las que haremos una breve referencia antes de proseguir la crítica. 

 

Claves decoloniales

 

Haremos una breve referencia a seis notas decoloniales propuestas8 a partir de las cuales se comprende el paisaje arracachero cajamarcuno como un constructo colonial, a saber:

 

Clave uno. La lógica Modernidad/Colonialidad hace referencia a dos caras: una visible y otra invisible, respectivamente. La primera se entiende como un recorte cultural eurocéntrico en el que se representa al sujeto occidental escindido de su mundo. Un sujeto dotado de razón para dar cuenta de un mundo que se le presenta como un ente, una externalidad, una objetividad dispuesta a él para su control y dominio. Sobre este dualismo ontológico se constituyó la racionalidad moderna occidental, esto es, el universal modo científico, económico y tecnológico de entender e intervenir el mundo, en detrimento de otras racionalidades no modernas, a partir de lo cual emergió el hegemónico proyecto civilizatorio moderno occidental, sustentado en presupuestos como el progreso y el bienestar, los cuales solo podrían ser alcanzados mediante la racionalidad moderna occidental.

 

La colonialidad es, a juicio de Mignolo (2000), el lado oscuro de la modernidad, si se tiene en cuenta que la primera oculta la crueldad que la segunda requirió, para la puesta en marcha de sus presupuestos civilizatorios. Así las cosas, la modernidad se entendería como progreso y bienestar, mientras que la colonialidad haría referencia a la violencia, la represión, el exterminio, la invasión, la degradación, la muerte, la contaminación y la destrucción que dicho progreso y tal bienestar han requerido para el repliegue de sus fuerzas. Como bien sugiere Mignolo (2000) “la colonialidad es una de las más trágicas ‘consecuencias de la modernidad’ y al mismo tiempo la más esperanzadora, en el sentido de que ha dado lugar a la marcha global hacia la descolonialidad” (p. 37). Es decir, a la ruptura con la racionalidad moderna occidental y la apertura a otros modos de ser, hacer y conocer.

 

El término colonialidad está ampliamente relacionado con los términos colonización y colonialismo. El primero se entiende, entonces, como aquel modo en que Occidente conquistó el tiempo y el espacio Latinoamericano (Mignolo, 2016), el segundo tiene que ver, en términos generales, con el modo como la cultura occidental se representa ante las culturas latinoamericanas como una cultura superior y, por tanto, como el modelo ideal a seguir (Castro-Gómez, 2005). En tal sentido, la colonialidad hace referencia, entre otros aspectos, a los efectos de la colonización y el colonialismo en el imaginario y la memoria del hombre latinoamericano, lo que garantiza la concreción exitosa del proyecto civilizatorio occidental toda vez que logra colonizar el poder, el saber, el ser y la naturaleza. En términos concretos, la colonialidad refiere “a la forma como el trabajo, el conocimiento, la autoridad y las relaciones intersubjetivas se articulan entre sí, a través del mercado capitalista mundial y de la idea de raza” (Maldonado-Torres, 2007, p. 131).

 

Clave dos. El proyecto Modernidad/Colonialidad (PM/C). El pensamiento decolonial es una perspectiva crítica latinoamericana que propone, entre otros aspectos, cuestionar el poder colonial y sus efectos en los sujetos y los territorios latinoamericanos. Dicha perspectiva se inscribe en el PM/C, entendido como un espacio no institucionalizado mediante el cual un grueso importante de intelectuales y activistas latinoamericanos proponen “una crítica de base histórico-cultural y epistemológica de la modernidad, y cuestionan las grandes narrativas interpretativas de esta (…)” (Alimonda, 2012, p. 61), impuestas desde la conquista española en 1492.  Esto es, la hegemonía de la racionalidad moderna occidental y sus efectos en la ordenación ontológica y epistémica del mundo. De ahí que el PM/C asuma una postura radical y, por tanto, distante de la racionalidad moderna occidental para visibilizar modos otros de ser y estar en los territorios, así como perspectivas otras no occidentales de comprensión de la multiplicidad de realidades por fuera de la lógica moderna. Algo a lo que Escobar (2003) se refiere como “otro espacio para la producción de conocimiento, una forma distinta de pensamiento, un paradigma otro” (p.53), ampliamente distanciado del paradigma hegemónico. En suma, el PM/C propone posturas contrahegemónicas que conlleven a transformaciones de orden político, epistémico, ontológico, entre otras.

 

Clave tres. La colonialidad del poder. Esta clave hace referencia a un patrón de poder mundial en torno a la idea de raza y el control del trabajo y los medios asociado a este. La invención de la idea de raza permitió a Occidente establecer una clasificación de las gentes en función del color de su piel, en la que la raza blanca ocuparía un lugar superior y las no-blancas un lugar inferior. En términos generales, la colonialidad del poder opera en una lógica de explotación y dominación articuladas a cinco ámbitos de existencia social, descritas por Quijano (2017) así: 1) el trabajo y sus productos; 2) en dependencia del anterior, la “naturaleza” y sus recursos de producción; 3) el sexo, sus productos y la reproducción de la especie; 4) la subjetividad y sus productos, materiales e intersubjetivos, incluido el conocimiento; 5) la autoridad y sus instrumentos de coerción en particular, para asegurar la reproducción de ese patrón de relaciones sociales y regular sus cambios. Estos planteamientos permiten entender a la colonialidad del poder como un ámbito discursivo mediante el cual se ejerce control, dominio, sometimiento, de corporalidades, subjetividades, territorialidades, como condición de posibilidad para garantizar la concreción del proyecto civilizador moderno occidental.

 

Clave cuatro. La colonialidad del saber. Esta clave refiere a una esfera del pensamiento decolonial mediante la cual se cuestiona la hegemonía de los saberes occidentales, en tanto únicos modos de conocimientos válidos, universales y verdaderos a partir de los cuales se puede “dar cuenta” del mundo, toda vez que los saberes occidentales han sido constituidos como “los patrones a partir de los cuales se pueden analizar y detectar las carencias, los atrasos, los frenos e impactos perversos que se dan como producto de lo primitivo o lo tradicional en todas las otras sociedades [no-occidentales]” (Lander, 2000, p. 10)9. La colonialidad del saber deja ver cómo el poder colonial no solo impone la racionalidad occidental como único lugar de enunciación universalmente válido, sino, además, cómo “inserta” los saberes occidentales en el imaginario y la memoria del sujeto latinoamericano, en detrimento de sus propios saberes por considerarlos atrasados, arcaicos. En definitiva, lo que denuncia esta clave decolonial es la disolución de los saberes locales, fuertemente inscritos en lógicas particulares y, por tanto, constituidos como marcos locales de comprensión dada la imposición de los saberes occidentales, supuestamente reconocidos y legitimados como referentes de universales.

 

Clave cinco. La colonialidad del ser. En modo concreto, esta clave decolonial permite entender la manera como la matriz colonial del poder ha influido en la producción de subjetividades congruentes con sus lógicas, ya que es en el ser donde recae la fuerza discursiva del poder y del saber hegemónico, pues la inferiorización ontológica y epistémica de los sujetos no-occidentales permite la constitución de un ser atado a las lógicas eurocéntricas o, lo que es lo mismo, un ser dispuesto a los designios de símbolos modernos como el capitalismo, por ejemplo. De este modo, la colonialidad del ser deja ver, entonces, a un ser en el que no solo recae un poder que lo domina y lo constituye, sino además de despojarlo, niega e invisibiliza sus prácticas, creencias, narrativas, experiencias, convicciones, historias. De ahí que “la invisibilidad y la deshumanización [sean] las expresiones primarias de la colonialidad del ser” (Maldonado-Torres, 2007, p. 150)10.

 

Clave seis. Colonialidad de la naturaleza. Esta última clave decolonial establece una crítica al modo en que la racionalidad moderna occidental concibe, representa y se apropia de la naturaleza. Como se mencionó en la clave uno, la concepción moderna de la naturaleza está sustentada en una escisión ontológica que constituye a la naturaleza como una imagen externa, lo que la convierte en un objeto que se transforma por la cultura. Esto es, una “división que suprime por completo la relación milenaria entre seres, plantas y animales como también entre ellos, los mundos espirituales y los ancestros (como seres también vivos)” (Losada y Trujillo, 2016, p. 58). La representación de la naturaleza como un ente cosificado, objetivado, ha sido fundamental para el proyecto hegemónico moderno, toda vez que se interviene sobre la misma mediante una racionalidad científica y técnica para transformarla según los designios e imperativos del capitalismo. Se trata de una colonialidad en la que se rompe toda relacionalidad de la vida, al tiempo que se niegan y se silencian otros modos no-occidentales de representar la naturaleza.

 

Como hemos visto a lo largo de estas seis claves, el poder colonial ha constituido discursos hegemónicos desde los ámbitos políticos (colonialidad del poder), epistémicos (colonialidad del saber) y ontológicos (colonialidad del ser), mediante los cuales ha logrado controlar y dominar los cuerpos y, en consecuencia, los territorios (colonialidad de la naturaleza). Estas claves permitirán, entonces, comprender la fuerza discursiva del poder colonial en el municipio de Cajamarca, mediante la reproducción de colonialidad del poder, del saber, del ser y de la naturaleza a través del cultivo de arracacha. 

 

 


  

Resultados y discusión

 

Cajamarca: la despensa agrícola de Colombia

 

En la clase del 14 de enero de 1976, Foucault afirmó que “no hay ejercicio del poder sin cierta economía de los discursos de verdad que funcionan en, a partir y a través de ese poder” (Foucault, 1997, p. 34). Esto es, poder y verdad son constitutivos y complementarios, el poder enuncia discursos con efectos de verdad del que se derivan prácticas inscritas en sus lógicas. Esto es ampliamente visible en el discurso de “Cajamarca: la despensa agrícola de Colombia”, mediante el cual el poder ha promovido un entramado de prácticas hegemónicas para configurar, en este caso, paisajes rurales insertos en las relaciones de control y dominio que el poder ejerce sobre las agriculturas. No obstante, cabría preguntarnos aquí, ¿por qué se origina este discurso? ¿A qué tipo de ordenamiento epistémico y ontológico ha conllevado? o, si se quiere, ¿qué tipo de prácticas y subjetividades ha constituido? Conviene señalar que no es pretensión de este escrito hacer un exhaustivo análisis crítico del discurso, sino, por el contrario, abordar diferentes aspectos que permitan intentar buscar una posible respuesta a estos interrogantes. Veamos.

 

En primer lugar, es importante anotar que las potencialidades ecológicas y geográficas del territorio de Cajamarca constituyen la estructura sólida sobre la cual se erige el imaginario de despensa agrícola de Colombia, pues, como se advirtió antes, la variabilidad de pisos altitudinales, el potencial hídrico y su privilegiada ubicación espacial fueron factores determinantes para que la matriz colonial del poder, a mediados del siglo XIX, visualizara un escenario potencial para sus intereses extractivistas, en este caso asociados al agronegocio, pues fue en esta época cuando los “visionarios” del agronegocio, provenientes de Antioquia inicialmente, así como de Boyacá y Cundinamarca, llegaron a Cajamarca, específicamente al Cañón de Anaime (EOT, 2000), seducidos por un “escenario” ecológico viable para la producción y comercialización agropecuaria; esto es, una despensa agrícola en la que se podrían configurar una serie de paisajes productivos, constituidos por un complejo mosaico de plantas de diferentes latitudes congregadas en un área de 10.214ha11.

 

Como puede verse, el discurso de la despensa agrícola de Colombia movilizó, y continúa movilizando, a agentes productores y comerciantes dentro y fuera del territorio para ocuparse de lo que dicho discurso implica: aprovechar las potencialidades ecológicas y geográficas para abastecer el sistema agroalimentario nacional. Es pertinente resaltar que la “modernización continua de la agricultura” (Kalmanovitz y López, 2006, p. 41), que se inició desde mediados del siglo XX, además de alentar consolidó la idea de despensa agrícola, para la cual se configuraría una arquitectura institucional con funciones de planificación, financiación, capacitación, dación de tierras y extensión en dicho proceso modernizador12, en la que la revolución verde sería la opción tecnológica más importante. Ya hablaremos de esto más adelante. Por ahora diremos que el discurso de la modernización de las agriculturas tendría amplia resonancia con el discurso de la despensa agrícola nacional, en tanto que lo primero contribuiría ampliamente con lo segundo, toda vez que la modernización sería un rasgo fundamental para que el discurso de la despensa desplegara su potencial productivo, y alentara las relaciones comerciales en torno a este.

 

El sentido que aquí se le otorga al término potencialidad es el de posibilidad, de ahí que las potencialidades ecológicas y geográficas de Cajamarca se entiendan como posibilidades ecológicas y geográficas que el poder colonial “identifica”, para orientar sus modos de apropiación del territorio mediante lógicas extractivistas, lo que conlleva, entre otros aspectos, a “imponer significados discursivos particulares [la despensa agrícola] a algún elemento de un entorno físico [lo ecológico y lo geográfico] en términos de relaciones locales, regionales o globales” (Liffman, 2009, p. 202). Las relaciones a las que se refiere el autor se entienden, para el caso que nos ocupa, como las conexiones que el poder colonial establece y controla, a través del paisaje productivo, en las dinámicas locales, regionales o globales. Estas posibilidades han sido ampliamente abordadas en el esquema de ordenamiento territorial (EOT) y los PDM, como estrategia para “dar fuerza” al discurso de la despensa agrícola. Si bien no es propósito de este escrito hacer un exhaustivo análisis del EOT y los PDM y su correspondencia con las dinámicas agroextractivistas de Cajamarca, vale la pena destacar algunos aspectos puntuales relacionados con la perspectiva crítica que se está planteando. Veamos, el EOT establece la imagen objetivo de Cajamarca así:

 

Para el desarrollo del Esquema de Ordenamiento Territorial, el compromiso común es hacer que la población de Cajamarca sea Despensa Agrícola, consciente de su condición de ruralidad y de la vocación agropecuaria de su territorio, dinamice el sistema de comercialización a partir de la eficiencia en la conectividad, asuma la responsabilidad de conservar su potencial hídrico y enfrente las amenazas naturales e inducidas que lo afectan. La finalidad es desarrollar las potencialidades y aprovechar las ventajas comparativas de que dispone el territorio con criterios de sostenibilidad y competitividad para mejorar la calidad de vida. (EOT, 2000, p. 4)

 

Como puede apreciarse, el discurso de la despensa agrícola es el principal determinante para orientar, en el presente y el futuro, la inducción de “nuevos” escenarios de desarrollo, uso y ocupación del territorio, en este caso, a partir de paisajes rurales consecuentes con la ruralidad, la vocación agropecuaria y las denominadas ventajas comparativas determinadas por las posibilidades ecológicas y geográficas del territorio. La imagen objetivo permite ver cómo, desde la racionalidad económica, se establece una lectura paradigmática y utilitarista del territorio cajamarcuno para ejercer sobre este modos de representación y apropiación del mismo a través del agronegocio, en consecuencia con el discurso de la despensa agrícola, lo que Leff (2002) entendería como un modo de internalizar lo ecológico como soporte de lo económico. El Plan de Desarrollo Municipal (PDM) actual está, naturalmente, articulado a esta imagen objetivo o, mejor aún, constituido desde la idea de despensa agrícola, de ahí el sentido de su denominación: “Agro y prosperidad por la continuidad 2017-2019”, para lo cual establece un programa de competitividad agropecuaria que pretende:

 

[abrir] la entrada a las oportunidades de mejoramiento integral del campo colombiano y desde la despensa agrícola de Colombia nos preparamos para un mejor futuro en la vida campesina. (PDM, 2017-2019, p.89)13 

 

Estas anotaciones permiten imaginar cómo dichos instrumentos de planificación institucionalizan el discurso de la despensa agrícola en Cajamarca para, a partir de ello, determinar las acciones que conlleven a la configuración de los paisajes rurales, esto es, el conjunto de estrategias institucionales que responden a las lógicas del poder colonial para garantizar “la participación de los productores cajamarcunos en organizaciones que promuevan el desarrollo agrícola y pecuario, en aspectos comerciales, productivos y sociales” (PDM, 2017,2019, p. 89).

 

Faltaría otro aspecto por añadir, constitutivo de esa base sólida sobre la que se erige el discurso de la despensa agrícola relacionado con el tamaño de las fincas. Actualmente, el 75.3% de los predios rurales tiene un área menor a 15 hectáreas14, lo que permite afirmar que la producción agropecuaria tiene lugar en pequeñas extensiones familiares campesinas. Esto, sin lugar a dudas, es una condición de posibilidad determinante para que el discurso de la despensa agrícola tenga realidad material e histórica en Cajamarca, pues, como lo sugiere la evidencia empírica, entre más pequeña la finca mayor es la diversificación agropecuaria, toda vez que los pequeños agricultores tienden a establecer sistemas agrícolas más complejos y, por tanto, obtienen más producción total por unidad de área (Rosset, 2000). 

 

Hasta este punto hemos intentado comprender la emergencia del discurso colonial hasta ahora expuesto: “Cajamarca: la despensa agrícola de Colombia”, a partir de unas posibilidades ecológicas y geográficas y, a su vez, de una propiedad rural típicamente campesina. Lo que pretendemos ahora es dar un paso más allá para comprender cómo, a partir de este discurso, el poder colonial opera desde la perspectiva del agronegocio. Esto se entiende mejor desde la perspectiva de los paisajes rurales o, si se quiere, paisajes productivos que el poder colonial ha configurado en el municipio de Cajamarca, mediante el discurso de la despensa agrícola, el cual ha constituido subjetividades y ha disciplinado espacios para insertarlos en la racionalidad capitalista y, en consecuencia, hacerlos dependientes de la misma. De ahí la fuerza discursiva de la despensa agrícola, no solo en la configuración de tales paisajes, sino, además, en la “forma de crear formas de “ser” humanos congruentes con (…) el proyecto cultural de la modernidad capitalista” (Giraldo, 2018, p. 16). Sobre esto también nos referiremos en párrafos posteriores.  De momento proponemos que, para efectos de una mejor comprensión sobre la forma como el poder colonial opera en la ruralidad de Cajamarca, nos centremos en el cultivo de la arracacha de la región de Anaime antes indicada, pues este retrata la imagen corporativa que desde el agronegocio se imprime a las agriculturas, atendiendo, por supuesto, a la tesis central antes expuesta.

 

El paisaje arracachero

 

El discurso de la despensa agrícola de Colombia ha conllevado a la constitución de Cajamarca como el mayor productor de arracacha del país, por lo que, en consecuencia, se ha sacado provecho de las ventajas comparativas y competitivas para especializarse en este cultivo. El paisaje arracachero actual tiene lugar en 4441 hectáreas distribuidas en 503 fincas, de las cuales se espera una producción superior a las 53 toneladas (UMATA, 2018). El paisaje arracachero es, reiteramos, un constructo del poder colonial a través del discurso de la despensa agrícola, para lo cual se han producido subjetividades y disciplinarizado espacios donde se efectúan prácticas agrícolas, visiblemente determinadas por la racionalidad agroextractivista. Dicho en términos decoloniales, el paisaje arracachero viene a ser el “escenario” donde se visibilizan los efectos del poder colonial, pues opera sobre los modos de ser, hacer, conocer y estar en los territorios para colonizarlos, moldearlos y acoplarlos al modelo del agronegocio, como se espera mostrar en las anotaciones siguientes.

 

Siembra de arracacha: un modo de colonización ontológica y epistémica 

 

En la actualidad en la vereda El Águila existen 474 has sembradas con arracacha, distribuidas en 46 fincas; mientras que en la verdea Las Hormas hay 129 has sembradas en 16 fincas. En la gráfica 1 se muestran las áreas de siembra de las 19 familias estudiadas.

 

 

Gráfica1. Área de siembra de arracacha por finca

Fuente: esta investigación

 

Las 19 fincas tienen un total de 89 has sembradas con arracacha distribuidas así: 46.5 en la vereda El Águila y 42.5 has en la vereda Las Hormas. El promedio de siembra por finca es de 4.9 has. En la gráfica 2 puede observarse que más del 50% de las fincas estudiadas dedican entre el 31% y el 54% de sus tierras para el cultivo de arracacha. Algunas, incluso, llegan a destinar el 75% y el 100%, respectivamente. El promedio de área por finca es de 38%. Esto, sin duda, deja ver la importancia de este cultivo en el territorio. 

 

 

Gráfica 2. Cobertura de arracachas en fincas

Fuente: esta investigación

 

El método común de siembra de arracacha es el sistema de monocultivo, aunque en algunas ocasiones puede hallársele asociada a otras plantas perennes, como el tomate de árbol, la mora o la curuba. Sin embargo, esto último no ocurre en las fincas estudiadas. Conviene recordar que el paisaje de alta montaña dificulta el acceso de maquinaria agrícola especializada, por lo que el cultivo demanda altas inversiones de mano de obra. La arracacha exige suelos sueltos, profundos, con buen drenaje y ricos en materia orgánica, aspectos que, pese a las características ecológicas y climáticas del territorio antes descritas, exigen un protocolo técnico riguroso que supla tales exigencias y, en consecuencia, permita los rangos de producción exigidos para el logro de rentabilidades económicas satisfactorias, como se mostrará en párrafos posteriores. A continuación se expondrá el protocolo de siembra y cosecha de arracacha, tomando como referencia la narrativa que sobre esto hace un joven arracachero entrevistado. 

 

Jhon Fredy Cardona tiene 21 años y desde que recuerda se ha dedicado al cultivo de la arracacha, oficio que aprendió y heredó de su padre. Además de conocer a cabalidad la racionalidad técnica que orienta el cultivo de arracacha, da cuenta detallada de los montos económicos que se generan en, desde y para este cultivo. Según nos explicó, el período de siembra y cosecha de arracacha comprende cuatro fases con diferentes grados de complejidad, como cualquier cultivo, a saber: preparación del suelo, siembra, administración y cosecha. La preparación del suelo es la fase más costosa en tanto requerimiento de mano de obra para efectuar dos técnicas fundamentales: la fumigada y la ahoyada. La primera consiste en randear el terreno. Randear es un término derivado del herbicida Roundup y hace referencia a la aplicación intensa de este o cualquier otro agrotóxico, con el propósito de “secar” el pasto y otras hierbas que han crecido espontáneamente, a las que se les rotula con el nombre de “malezas”. Jhon efectúa la randeada con una bomba de 20 litros, terciada en la espalda, con la cual asperja la totalidad del terreno sin hacer uso de los elementos mínimos de protección y seguridad15. La cantidad de herbicida a aplicar depende de la resistencia de las hierbas a eliminar.

 

Los herbicidas o “matamalezas” tardan, como mínimo, 15 días para “limpiar” el terreno hasta dejarlo libre de “malezas”. Justo ahí se da inicio a la fase de ahoyada, esto es, picar la tierra con azadón para luego encallar, como le dice Jhon al proceso de armar morros o montículos de tierra donde se sembrará la arracacha. La técnica de encallar permite evitar encharcamientos de agua que pudran la raíz. Jhon explica que la fumigada puede dejar el suelo duro o blandito. El suelo queda duro cuando la randeada no consigue “secar” una hierba conocida como grama morada, y blandito cuando únicamente predomina el cocuy, un pasto de fácil erradicación química. En consecuencia, la picada y la encallada se torna fácil en el suelo blandito y difícil en el duro, lo que implica mayor uso de mano de obra.

 

Luego del picado y el encallado se procede inmediatamente a la fase de siembra. El material de siembra corresponde a ramificaciones o brotes que salen de la cepa principal, comúnmente conocidos como colinos, los cuales se obtienen de las plantas más sanas y vigorosas durante la cosecha. Estos se someten a un proceso de defoliación y deshidratación y, por último, se empacan en bultos de cinco arrobas. Para sembrar una hectárea se necesitan cuatro o cinco bultos de colino. Por lo general, estos bultos se intercambian, se regalan o se comercializan entre productores a muy bajo costo. Las distancias óptimas de siembra son de 50 centímetros entre plantas y de 100 centímetros entre surcos, lo que sugiere un estricto y minucioso aprovechamiento del espacio. Tras dos días de intenso trabajo, se tiene como resultado un sembradío de dos mil colinos de arracacha, distribuidos en surcos rigurosamente trazados en curvas de nivel, a lo largo y ancho de la porción de montaña destinada a esta práctica agrícola.

 

Podría decirse que la fase de administración del cultivo comienza a los 30 días de siembra, tiempo en el que a los colinos les ha brotado algunas hojas. Justo en este momento “se hace la primer fumiga”, como dice Jhon refiriéndose al proceso de inmunización química que se hace a los colinos a base de insecticidas para protegerlos del ataque de hormigas o plagas. Esta “fumiga” se efectúa asperjando el insecticida en cada uno de los dos mil colinos16.  Además, se aplica un fertilizante químico foliar y un herbicida para erradicar las malezas que hayan surgido durante el primer mes de la siembra. Debido a que esto hace que “les vuele veneno a las matas de arracacha”, como explica Jhon, es necesario repetir la fumigación en cada planta para re-inmunizarla. De ahí en adelante se debe fumigar una vez cada mes. 

 

Tres meses después se procede a la fase de inyectada, procedimiento que consiste en disolver dos tipos de abonos químicos granulados, un insecticida líquido y un fertilizante soluble en una caneca con 200 litros de agua, los cuales se riegan en la plantación “para que la mata no pierda fuerza y avance”, explica nuevamente Jhon. Además, recomienda aplicar abono químico granulado seis u ocho meses después como estrategia de fertilización, más aún si en el terreno se han hecho varias siembras de arracacha, pues, como puede advertirse, el uso intenso de agroquímicos “empobrece” los suelos. Luego de este tiempo, las labores de mantenimiento consisten en cortar las “malezas” manualmente o con machete, práctica a la que se le conoce como guachapear, antes de fumigar cada una de las plantas, pues estas ya han alcanzado un tamaño que impide a las “malezas” crecer más de lo debido. Sin embargo, si las “malezas” son resistentes y persistentes conviene hacer una nueva aplicación de herbicidas, procurando no asperjar las plantas de arracacha.

 

Este proceso se repite cuantas veces sea necesario, hasta llegar a la fase de cosecha, la cual se efectúa 12 o 15 meses después17. Luego de la cosecha se deja “descansar” el terreno al menos un año, pues, como se dijo antes, el tratamiento químico y el cultivo mismo agota la estructura física y química del suelo, por lo que una siembra inmediata pondría en riesgo la inversión. Como dice Jhon, “en cada siembra de arracacha la cosecha disminuye por el maltrato que se hace a los suelos” (Jhon Fredy Cardona, comunicación personal, 27 de agosto de 2017).

 

Como puede verse, el protocolo de siembra de arracacha, practicado por la totalidad de productores estudiados, está constituido por una marcada racionalidad técnica que cosifica las plantas e instrumentaliza al sujeto arracachero, toda vez que los inserta en el modelo extractivista del agronegocio. Esta racionalidad técnica está ampliamente sustentada en el modelo de revolución verde, mediante el cual los arracacheros “han sido insertados a la lógica del paquete tecnológico” (Giraldo, 2018, p. 62), al extremo de considerársele una condición determinante para aumentar el rendimiento del cultivo y optimizar la rentabilidad económica, como se mostrará más adelante. De este modo, el paquete tecnológico se constituye en un signo natural, un elemento constitutivo, como el azadón o el colino mismo, en la cosmovisión del sujeto arracachero, de ahí que, por ejemplo, se signifiquen prácticas congruentes al recurrente uso de agrotóxicos, como es el caso de la randeada. De hecho, la racionalidad técnica ha logrado naturalizar una gramática que estos sujetos reproducen inadvertidamente, toda vez que se refieren, solo por poner un ejemplo, a “malezas” o “plagas”, enunciados que, desde una marcada racionalidad económica, niegan la función ecológica de algunos hierbas e insectos, respectivamente, y a su vez alientan el uso de herbicidas o matamalezas e insecticidas en clave de fumigada.

 

Para producir una hectárea de arracacha en Cajamarca suelen usarse, aproximadamente, el siguiente mosaico de agrotóxicos a lo largo del ciclo del cultivo18: 2 litros de fungicidas (Daconil y Carbendazim 50), 2 litros y un cuarto de insecticidas (Látigo-L, Insectrina y Monocrotofos 600), 2 kilogramos de herbicidas (trilla 800 SC y Gesaprim), 3 kilogramos de fertilizante (Master) y un litro de enraizador (Agrispon)19. Si se tiene en cuenta que las 4441 hectáreas que conforman el actual paisaje arracachero son orientadas por el instrumental técnico de la revolución verde, según lo afirman técnicos de la UMATA, podríamos inferir que durante un año se aplican, aproximadamente, cerca de 8.882 litros únicamente de insecticidas, ni qué decir de los fungicidas, herbicidas y fertilizantes. De hecho, la Corporación Semillas de Aguas (CSA) (2007) reporta que “cada año se vierten sobre los suelos y las aguas del municipio alrededor de 65 toneladas de producto comercial de agrotóxicos (…) [durante el ciclo del cultivo de arracacha], lo cual equivale a una auténtica bomba bioquímica” (p.17)20.

 

Sin lugar a dudas estas aproximaciones permiten imaginar el amplio arsenal de agrotóxicos que se depositan en plantas y suelos del paisaje arracachero21, así como la exposición de los agricultores a las mismas, cuyos efectos ambientales en la salud humana, animal y vegetal, han sido ampliamente demostrados por sendos estudios científicos, como bien lo indican Guzmán, Guevara, Olguín & Mancilla (2016) y Torres y Capote (2004).

 

Hasta ahora hemos visto cómo el poder colonial orienta el cultivo de arracacha a partir de un poderoso dispositivo técnico (revolución verde) que le ha permitido, como fin último, configurar un paisaje arracachero fuertemente articulado a los imperativos del capitalismo, para lo cual ha logrado modernizar las tradiciones campesinas mediante un recetario de insumos agrotóxicos con el que reduce el cultivo de arracacha a una actividad simple, homogénea, mecánica, lineal, monolítica, como históricamente lo ha exigido el agronegocio extractivista. Sin embargo, la implementación del paquete tecnológico en las prácticas discursivas de los sujetos arracacheros va más allá de instituir y naturalizar recetarios, pues lo realmente importante es “poner en marcha una serie de dispositivos (…) para que el poder termine disciplinando, no solo el espacio, sino también los cuerpos de los territorios” (Giraldo, 2018, p. 83). Es decir, la producción de subjetividades y el control de las tierras potencialmente útiles para el cultivo de arracacha. Veamos.

 

El paquete tecnológico hasta ahora expuesto puede entenderse como un hegemónico modo de representación epistémica ante los sujetos arracacheros o, dicho de otro modo, una representación de la racionalidad técnica moderna como el modo ideal para cultivar la arracacha y, por tanto, superior frente a la racionalidad campesina. Esto, en consecuencia, ha conllevado a una transformación epistémica y ontológica de los sujetos arracacheros, como puede apreciarse en el modo de siembra y administración del cultivo indicado en párrafos anteriores con lo cual se efectúa una colonialidad del saber y del ser, respectivamente, al adoptar un modo de producción convencional hegemónico, en congruencia con la visión corporativa de la arracacha, toda vez que se naturalizara en ellos un saber técnico en sus imaginarios y memorias quienes, a juicio del poder colonial, poseen saberes arcaicos, atrasados.

 

En síntesis, podría decirse que el paquete tecnológico de la revolución verde ha transformado radicalmente las estructuras cognitivas del sujeto arracachero, para crear un sujeto productor integrado a las dinámicas del agronegocio capitalista. Como bien indica Giraldo (2018) cuando señala que, en el caso de los agricultores,

 

Primero se destruyeron los saberes tradicionales mediante su inserción a las tecnologías de la revolución verde, y una vez despojados de su capacidad de dar forma y mantener su modo de vida a las condiciones ecológicas y culturales del lugar habitado, quedaron supeditados a ser (…) encadenados servilmente a los proyectos productivos del agronegocio extractivo (…). (p. 112)

 

Queda claro, entonces, que la racionalidad técnica moderna no solo impone un saber técnico, sino que, además, inferioriza los modos de hacer y conocer de los sujetos arracacheros, dada su supuesta “incapacidad” para conducir el cultivo de la arracacha por las sendas de la competitividad y la rentabilidad. Poco o nada funcional resulta, para la racionalidad económica, una tecnología campesina como la alelopatía, por ejemplo, frente al poderoso efecto de la Insectrina. Lo que queremos decir con esto es que los saberes tradicionales, a juicio del poder colonial, difícilmente se ajustarían a las exigencias “de un modelo de producción capitalista que busca el máximo beneficio y rendimiento en menor tiempo” (Román, 2015, p. 264)22. De ahí que el saber técnico se legitime y se acepte como la única forma de relacionarse con la tierra, en el caso que nos ocupa, para constituir el paisaje arracachero cajamarcuno. Se trata de un saber técnico que consiste, únicamente, en calcular y aplicar las cantidades de agrotóxicos en las diferentes etapas del cultivo, evaluar la efectividad, comparar los rendimientos, determinar las resistencias de “las plagas” y “las malezas”, entre otros. De hecho, sobre estas consideraciones se efectúa el diálogo de saberes entre sujetos productores, de lo cual resultan importantes recomendaciones técnicas gracias a la experiencia acumulada tras el excesivo uso de agrotóxicos.

 

La naturalización ontológica del saber técnico en los sujetos productores de arracacha, es, por tanto, una condición de posibilidad determinante para el poder colonial y su proyecto agroextractivista, reflejado en el paisaje arracachero, lo que permite entender su influencia en los modos de subjetivación en territorio cajamarcuno ya que, en suma, es en el control de la subjetividad “donde el poder se ejerce” (Mignolo, 2016, p. 60). Esto permite comprender, aún mejor, la necesidad que tiene el poder colonial de construir subjetividades que “respondan” articuladamente a sus lógicas extractivistas, como hemos advertido insistentemente al referirnos, por supuesto, al modo de subjetivación del sujeto arracachero atado a las lógicas del agronegocio capitalista, mediante el despojo de sus saberes y prácticas para conseguir, en consecuencia, la apropiación del saber técnico antes mencionado, algo que puede apreciarse en el relato mismo del sujeto arracachero antes expuesto, en el que obedientemente narra la manera como se apropia y pone en práctica una racionalidad técnica que promete optimización productiva sin importar, naturalmente, los efectos culturales y ambientales. La construcción de subjetividades arracacheras deja ver una eminente negación ontológica en la que “(…) el alter-ego queda transformado en sub-alter” (Maldonado-Torres, 2007, p. 150), toda vez que se despoja de sí mismo, de sus saberes, convicciones, historias, experiencias, visiones de mundo, para cosificarlo e instrumentalizarlo como un sujeto que encarna en su ser un protocolo corporativo que obedientemente sigue, en aras de modernizar la producción, optimizar los rendimientos y abrir las puertas de la competitividad.

 

Vemos, entonces, cómo el poder colonial produce subjetividades que, lejos de habitar, morar, transformar la tierra, ejerce sobre ella una relación de dominio y explotación, ya que el despojo de sus saberes, prácticas, creencias, historias, experiencias, narrativas, ritualidades, rompen los vínculos afectivos entre el sujeto arracachero y sus espacios de vida, a los que manipula, contamina, degrada mediante símbolos modernos como la revolución verde y el monocultivo de arracacha, por ejemplo.  Dicho monocultivo no da lugar a la emergencia ni “puesta en marcha” de saberes locales, por el simple hecho de hallarse atado al recetario técnico aplicado por sujetos que, inscritos en el aparato discursivo de la despensa agrícola que da forma al agronegocio extractivista, aprenden, piensan y actúan bajo presupuestos modernos.

 

El monocultivo de la arracacha deja ver, entonces, a unos sujetos aprisionados, como dice Alimonda (2012), “por un tipo de pensamiento único altamente especializado, [que] han perdido las habilidades y los conocimientos detallados de la naturaleza (…)” (p. 76)23. La crítica que hace este autor pudo verse ampliamente reflejada en la imagen que retrata el método de siembra de arracacha, en la que se ve a un sujeto concebido por el poder colonial como una máquina, en tanto individuo que obedientemente aplica el saber técnico y que, además, ni cuestiona ni se resiste ante la subjetivación moderna en clave de revolución verde, tal como puede verse en la población campesina estudiada la cual, en su conjunto, no solo lleva a cabo esta praxis sino que, además, no ve parte de su responsabilidad en los efectos ambientales de la misma.

 

Dejamos hasta aquí estas consideraciones no sin antes mencionar que la colonización de los cuerpos y los saberes de los sujetos arracacheros posibilitan, entre otros aspectos, la colonización de la tierra. Esto permite entender que la lógica del poder colonial en torno al cultivo de la arracacha opera así: se domestican los cuerpos y se producen subjetividades para que estas adecúan sus propias tierras, según los imperativos del agrocapitalismo. Para entender un poco mejor este planteamiento, abordaremos tres importantes arreglos informales que se cumplen en Cajamarca en torno a la aparcería, en los que pueden verse las relaciones de poder y dominio sobre la tierra, para disciplinarlos y constituir en estos las estéticas geométricas donde se erige el paisaje arracachero.

 

Relaciones de poder y dominio mediante reglas de juego informales para la aparcería

 

A las potencialidades o posibilidades ecológicas y geográficas que dan lugar a la producción de arracacha en Cajamarca podrían agregarse tres aspectos centrales que la motivan: primero, la racionalidad técnica que asegura el éxito del cultivo; segundo, su amplia rentabilidad y, por último, su comercialización garantizada bien sea en mercados locales, regionales o nacionales. Esto hace que una multiplicidad de “agentes”, con tierra o sin ella, se movilicen en torno a esta compleja y promisoria actividad, de la que obtienen ganancias superiores al 100% de la inversión, como se indica en la tabla 1.

 

TABLA 1. Costos y ganancias del cultivo de arracacha

 

Fuente: esta investigación

 

La cosecha24 se lleva a cabo manualmente a través de tres sencillos pasos: se afloja la tierra, se arranca la planta y se cortan las raíces, las cuales se empacan en bultos de 62.5 kg. Dos de estos bultos constituyen la denominada carga de arracacha. Una hectárea promedio produce alrededor de 12.5 toneladas equivalentes a 100 cargas, por lo que la cosecha exige el trabajo permanente de tres o cuatro personas durante una semana que dura la cosecha. El precio actual por carga es de $170.000. La venta de arracacha se efectúa cada domingo en “la esquina” y en la plaza de mercado del pueblo, dos emblemáticos sitios donde comerciantes25 y agricultores se dan cita para llevar a cabo una especie de subasta: los primeros ofrecen un precio por carga, los segundos deciden si aceptan o aguardan por una mejor oferta. Tras llegar a un acuerdo satisfactorio, el comerciante entrega a los agricultores una cantidad de costales suficientes para empacar la cosecha, quienes, a su vez, deberán trasladarla hasta un punto específico a la orilla de la carretera, donde pasará a recogerla el camión del comerciante para transportarla y comercializarla, por lo general, en la central de abastos de la ciudad de Bogotá. La cosecha acostumbra a efectuarse el mismo día acordado para la entrega para evitar poner en riesgo la calidad del tubérculo. El valor de la cosecha se paga hasta el siguiente domingo.

 

Estos aspectos permiten entender, a simple vista, por qué el cultivo de arracacha se constituye en un atractivo negocio que justifica no solo sus altos costos de inversión, sino también su inserción en una matriz técnica altamente degradante, pues, en últimas, la rentabilidad, por encima de la estructura y la dinámica ecológica del territorio de Cajamarca, es lo único que importa para las lógicas depredadoras del agronegocio capitalista. Se cumple aquí la exitosa pretensión del poder colonial, en cuanto al propósito de “pensar en la rentabilidad económica y preocuparse luego en cómo adaptar los ecosistemas a su lógica productivista” (Giraldo, 2018, p. 152); puesto que el monocultivo de la arracacha se acopla en la montaña orientado por una racionalidad técnica brusca, que no atiende las especificidades ecológicas.

 

La rentabilidad económica ha conllevado a la emergencia de tres modalidades de siembra y producción de arracacha, en el marco de tres arreglos informales de aparcería en los que no solo se aprecia la colonización ontológica y epistémica antes expuesta, sino también una forma en la cual el poder colonial se apropia de la tierra, incluyendo a sus dueños como parte del engranaje que hace posible la acumulación de capital. Estos arreglos se conocen como: a la quinta, en derecha y con ayuda. En todos tres se efectúan acuerdos entre el dueño de la tierra y un agricultor para la siembra de arracacha o, mejor aún, entre un agente que provee la tierra y un aparcero que, además de tener conocimiento, experiencia y dominio del cultivo, debe contar con capital financiero suficiente para cubrir la inversión. Es importante anotar que, salvo algunas excepciones, la arracacha se produce bajo estas tres reglas de juego. A continuación haremos una breve explicación de cada una.

 

A la quinta es una modalidad en la que el propietario de la tierra se limita a entregar una parte de la misma a un agricultor quien, además de cubrir la totalidad de la inversión y administración del cultivo, deberá reconocer al propietario la quinta parte de las ganancias correspondientes a las ventas de la cosecha, aunque también es costumbre entregar una de cada cinco cargas obtenidas. En la modalidad a la derecha, el propietario, además de proveer la tierra, deberá encargarse de la alimentación de los trabajadores que se requieren durante todo el ciclo del cultivo; mientras que en la modalidad con ayuda esta responsabilidad recae en el aparcero, para lo cual recibe una ayuda económica del propietario que bien puede efectuarse mensualmente, o bien entregarse en su totalidad al inicio del cultivo; en cualquier caso el propietario de la tierra se desentiende, en cierta medida, del cultivo toda vez que la responsabilidad por el mismo es asumida por el agricultor. La ayuda anual actual oscila entre dos millones y dos millones quinientos mil pesos por hectárea. Estas dos últimas reglas de juego comparten tres rasgos comunes: el primero es que las ganancias se reparten por mitad entre ambos “agentes”, bien sea en cosechas o en dinero; el segundo tiene que ver con la formalización del acuerdo, el cual se efectúa, por lo general, entre conocidos, verbalmente y con “estrechón de manos”; el último corresponde a la obligatoria presencia de ambos “agentes” el día de la cosecha. 

 

Como puede verse, estos arreglos informales ocurren comúnmente entre campesinos, unos propietarios de tierras con extensiones variadas, y otros expertos en el cultivo y con disponibilidad financiera, contrario a los modos de aparcería celebrados entre empresas y agricultores en las que predomina una relación desigual e injusta, en el contexto de otros cultivos insertos en las dinámicas agrocapitalistas, como el caso de la palma de aceite, solo por poner un ejemplo. No obstante, en el caso concreto de los sujetos campesinos estudiados, solo dos de estas reglas se cumplen así: el 75% siembra arracacha con ayuda y el 5% a la quinta. El 20% restante lo hace en terrenos propios. Esto se debe a la estabilidad del precio de la arracacha y, en consecuencia, a las ganancias obtenidas, por lo que la modalidad en derecha, comparadas con las demás, ha dejado de ser atractiva en términos de rentabilidad. Podría decirse que lo más convenientes sería sembrar en terrenos propios, pero los altos costos de siembra y sostenimiento impiden a muchas familias tomar esta iniciativa, por lo que resulta estratégica la alianza con otros sujetos que si bien carecen de tierra cuentan con el capital requerido. Sin duda, la vinculación de los “agentes” en cualquiera de los arreglos informales expuestos “depende solamente de una posibilidad de utilidad monetaria” (Gutiérrez, 2011, p. 216).

 

Esto último puede sonar bastante obvio, sin embargo, estos arreglos informales permiten dar cuenta, por un lado, de la visión utilitarista que la racionalidad económica provee a la tierra en términos extractivistas y, por el otro, permite visualizar la colonización que el poder hegemónico hace de la tierra para reestructurar los ecosistemas cajamarcunos, como respuesta al mercado arracachero.

 

En tal sentido, estas reglas de juego informales pueden asumirse como estrategias del poder colonial para movilizar “agentes” subjetivados por sus lógicas, para poner en marcha la re-configuración permanente del paisaje arracachero, lo que les apresura, año tras año, a buscar las mejores tierras, los mejores socios, los mejores trabajadores, los mejores comerciantes y los mejores agrotóxicos que confieran estabilidad, coherencia y sentido a la inversión y, por supuesto, la rentabilidad. Estas consideraciones visibilizan claramente la concreción del poder colonial en tanto ordenación ontológica y epistémica del territorio cajamarcuno para la configuración de la despensa agrícola constituida por paisajes como el arracachero, lo que, a la luz de la decolonialidad, deja ver un marcado proceso de colonialidad del saber y del ser a través de la racionalidad técnica, y de la naturaleza mediante reglas de juego informales que establecen los estándares exigidos por la lógica agroextractivista.

 

En suma, estas reglas de juego pueden concebirse como auténticas “tácticas de subjetivación puestas en marcha para subsumir las corporalidades al andamiaje institucional que está al servicio del sistema económico capitalista” (Giraldo, 2018, p. 12), si se tiene en cuenta la instrumentalización de los sujetos arracacheros y su conversión en “agentes” productores, la instrumentalización de la tierra en tanto recurso ideal para el agroextractivismo, así como la definición e implementación de una racionalidad técnica que instituye el procedimiento apropiado para encausar a la “despensa agrícola de Colombia” por las sendas de la competitividad indicadas por el discurso del desarrollo.

 


 

Conclusiones y recomendaciones

 

Dejamos hasta aquí estas consideraciones con las cuales esperamos haber dado una posible respuesta a los interrogantes inicialmente planteados, así como una aproximación a la tesis central que orientó el curso de este trabajo. Si bien quedan diferentes asuntos pendientes por discutir y analizar, asociados a las relaciones de poder en torno a la arracacha como a las agriculturas que conforman la totalidad de la “despensa agrícola”, esperamos que los resultados de este ejercicio sean un referente que contribuya en esta urgente y necesaria tarea, pues, como lo han expuesto algunas perspectivas latinoamericanas como la ecología política y el pensamiento decolonial, las agriculturas han sido insertas en unas relaciones de poder hegemónicas que las han subsumido en lógicas de control y dominación hasta convertirlas, gradualmente, en un importante símbolo capitalista, como pudo verse en el municipio de Cajamarca a través del cultivo de arracacha, toda vez que ha sido inscrito en una dinámica extractivista que, en consecuencia, la ha des-apartado de las tramas agriculturales campesinas que resisten a los embates de la modernidad.

 

Agregamos, además, que la lectura, tanto del territorio como de las agriculturas, desde una postura contrahegemónica como la perspectiva decolonial, permite una mejor comprensión de la naturaleza y el alcance del poder colonial en tanto fuerza discursiva que teje relaciones de poder, en este caso, en, desde y para cultivos como la arracacha. De ahí que algunas claves contrahegemónicas permitan “ver las cosas” más allá de la lógica en la que se inscriben, como se intentó hacer a lo largo de esta breve disertación, a tal punto de lograr des-ocultar estrategias como el dominio de corporalidades y la producción de subjetividades campesinas, por ejemplo, para la puesta en marcha de prácticas hegemónicas que sostienen los presupuestos del agronegocio capitalista desde el cultivo de la arracacha. Prueba de ello son, solo por mencionar un ejemplo, las reglas de juego informales mediante las cuales se pactan alianzas con las que se reproducen los procedimientos que instrumentalizan a los sujetos arracacheros y contribuyen, a su vez, a la ordenación y disciplinarización de los espacios o terrenos para la siembra y administración del cultivo de arracacha.

 

En línea con lo anterior, además de des-ocultar las estrategias antes mencionadas, a lo largo de este trabajo se intentó comprender, por un lado, el por qué y el para qué de las mismas en el contexto del cultivo de la arracacha en el municipio de Cajamarca y, por el otro, el hecho de que los “agentes” alrededor de este cultivo asuman dichas estrategias como un hecho normal, una consecuencia no solo natural sino también obligatoria frente a los imperativos de la racionalidad económica que permea el territorio de Cajamarca. Con esto último se está intentando decir que los sujetos arracacheros encarnan la subjetivación moderna, como si se tratara de un acto tan normal como necesario y obligatorio, o de lo contrario se quedarían por fuera de las bondades del “boom” arracachero, en tanto oportunidad para aumentar sus capitales financieros.

 

De acuerdo con lo anterior, diríamos que el discurso de “la despensa agrícola de Colombia” es uno de los principales aspectos mediante el cual el poder colonial establece una ordenación ontológica y epistémica en Cajamarca, por tanto, es necesario comprender sus lógicas, sus fuerzas, sus gramáticas, pues ello permitirá detectar los modos de hacer frente a las prácticas hegemónicas y hegemonizantes, al tiempo que permita re-orientar la configuración del paisaje arracachero desde una perspectiva que no solo transgreda la racionalidad técnica, sino que propenda por unas prácticas contrahegemónicas, esto es, modos de ser, hacer y conocer contrahegemónicos, que resignifiquen el cultivo de arracacha como una forma de habitar el territorio cajamarcuno más allá de los presupuestos modernos.

 

Esto último se constituye en un factor clave, pues la configuración del paisaje arracachero está “soportada” sobre una lógica devastadora dada la racionalidad técnica que lo sustenta, lo que sugiere la necesidad de promover una profunda transformación tecnológica que reoriente dicho paisaje a partir de otras lógicas que apunten a la sustentabilidad, como bien puede hacerse desde otras racionalidades como la agroecología, por ejemplo, aun reconociendo que las comodidades y facilidades que el poder colonial ofrece, así como sus mecanismos de control y dominación y, sobre todo, la “sumisión” de los agentes insertos en el negocio arracachero, hacen compleja y difusa las posibilidades de reorientar la actividad arracachera con fines de sustentabilidad, pues, en suma, impera la racionalidad económica por encima de la racionalidad de la vida. 

 

 


  

Agradecimientos

 

Los autores agradecen a los sujetos arracacheros por permitirnos conocer sus modos de ser, hacer y conocer. Además, se agradece al programa de Maestría en Desarrollo Rural de la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad del Tolima por el permanente respaldo y acompañamiento a esta investigación.

 


 

 

Potencial conflicto de intereses

 

Los autores declaran que no existen conflictos de intereses en la realización de esta investigación.

 


 

 

Fuentes de financiación

 

Grupo de investigación Agroecologías, Ambientes y Ruralidades, adscrito al Instituto de Educación a Distancia de la universidad del Tolima.

 


 

 

Referencias

 

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1 Este artículo es resultado del proyecto de investigación titulado “Análisis de los sujetos campesinos y sus sistemas de producción de arracacha en las veredas Las Hormas y El Águila en el cañón de Anaime del municipio de Cajamarca, Tolima. Tesis. Maestría en Desarrollo Rural. Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad del Tolima. 

2 Economista. Especialista en Gestión y control de Calidad, MSc. Desarrollo Rural. Facultad de Medicina Veterinaria. Código ORCID 0000-0002-3075-698X

3 Ingeniero Agroecólogo. MSc. En Desarrollo Rural. Especialista en Filosofía Contemporánea. MSc. en Filosofía Contemporánea. Profesor de la Universidad del Tolima adscrito al Instituto de Educación a Distancia (IDEAD). Miembro del grupo de investigación en Currículo, Ambiente y Sociedad. Correo electrónico: This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.  https://scholar.google.com/citations?view_op=list_works&hl=es&user=CrVvwDcAAAAJ Código ORCID 0000-0001-5769-8591

4 Departamento Administrativo Nacional de Estadística.

5 Cesar, Risaralda, Casanare, Guajira, Caldas, Antioquia, Santander, Nariño, Cauca, Huila, Valle del Cauca, Cundinamarca, Boyacá, Norte de Santander y Tolima.         

6 Información obtenida en http://www.agronet.gov.co/estadistica/Paginas/default.aspx, consultado el 30 de septiembre de 2018.

7 Cajamarca está ubicado a una hora (35km) de Ibagué sobre la vía panamericana; 4 horas y 50 minutos (230,5km) de Bogotá; 2 horas (50,8km) de Armenia (Quindío); 4 horas y 48 minutos (231,4km) de Cali (Valle del Cauca). Como puede verse su ubicación le permite un acceso fácil al centro y occidente del país.

8 Estas claves decoloniales han sido propuestas por diferentes autores del programa de investigación Modernidad/Colonialidad tales como Aníbal Quijano, Arturo Escobar, Walter Mignolo, entre otros. 

9 Los corchetes son de los autores.

10 Los corchetes son de los autores.

11 Esta área comprende los siguientes cultivos: fríjol (3000ha), café asociado con plátano, banano, naranja y/o colicero (1255ha), tomate guiso (300ha), arveja (220ha), gulupa (200ha), curuba (150ha), maíz-chócolo (65ha), granadilla (50ha), tomate de árbol (50ha), pimentón (40ha), mora (50ha), papa fina (30ha), remolacha (30ha), repollo (20ha), cebolla bulbo (20ha), zanahoria (20ha), cilantro (15ha), uchuva (8ha), breva (8ha) (UMATA, 2018). Esto sin mencionar otros cultivos como limón y mandarina, así como una amplia gama de hortalizas de los cuales la UMATA no tiene el respectivo registro. 

12 Esta arquitectura institucional estaba constituida por el Ministerio de Agricultura, la Caja de Crédito Agrario, Industrial y Minero; el Instituto de Recursos Naturales (INDERENA), el Instituto Colombiano de Reforma Agraria (INCORA), el SENA, secretarías de agricultura departamentales, el fondo DRI, entre otras.

13 El énfasis y los corchetes son de los autores.

14 Cifras del Departamento Nacional de Planeación basados en la información del Departamento Nacional de Estadística. https://terridata.dnp.gov.co/#/perfiles consultado el 6 de septiembre de 2018.

15 La Corporación Semillas de Agua (CSA) reporta que, para el año 2007, aproximadamente el 20% de las personas que aplicaban agrotóxicos en los cultivos de arracacha en Cajamarca presentaba algún grado de intoxicación.

16 Algunos arracacheros acostumbran a inmunizar los colinos unos días antes de la siembra.

17 La cosecha o “el arranque” de una hectárea de arracacha requiere el trabajo de cuatro a cinco personas, con 12 horas de trabajo por día, durante dos semanas. Este mismo número de personas se requieren para el periodo comprendido entre la siembra y la cosecha de arracacha. 

18 Los nombres de los productos corresponden a los comúnmente utilizados por algunos arracacheros de la vereda en la que se hizo este estudio. Esta es apenas una aproximación, pues los tipos y cantidades de agrotóxicos pueden variar de acuerdo a las alturas donde se siembre el cultivo. Para una información más detallada al respecto se recomienda leer el informe de la Corporación Semillas de Agua.

19 De hecho, los arracacheros acostumbran a habilitar un espacio para almacenar los agrotóxicos al que denominan “la pieza de los venenos”.

20 Los corchetes son de los autores.

21 Es importante tener en cuenta la amplia gama de frutas y hortalizas que se producen en Cajamarca como despensa agrícola, las cuales, por estar insertas en las lógicas capitalistas, son orientadas por el paquete tecnológico de la revolución verde, lo que sugiere un amplio uso de agrotóxicos. 

22 Recuérdese que luego de 12 meses la rentabilidad del cultivo de arracacha se ve amenazada.

23 Los corchetes son de los autores.

24 Se sabe que la planta ha llegado a su madurez no solo por el tiempo de la siembra, sino también por el amarillamiento y la posterior caída de sus hojas, o bien por un muestreo al azar de las raíces para evaluar el tamaño y el grosor, si esto último no es satisfactorio, la cosecha puede postergarse tres meses más hasta conseguir la raíz deseada.

25 Como se les llama comúnmente a los intermediarios.

 


 

Para citar este artículo: Londoño, J. E. y Lugo, L. J. (2020). El paisaje arracachero en los entramados del poder colonial en el municipio de Cajamarca. Revista Luna Azul, 50, 107-131. Doi: 10.17151/luaz.2020.50.6

 


 

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