Representaciones del agua de comunidades campesinas y étnicas en el Alto San Jorge (Córdoba) y Bajo Cauca (Antioquia), Colombia
Alejandro Montoya1
Recibido: 24 de agosto de 2019, Aceptado: 16 de marzo de 2020, Actualizado: 22 de junio de 2020
DOI: 10.17151/luaz.2020.51.7
RESUMEN
Este artículo hace parte del documento final de investigación en la Maestría de Ecología Humana y Saberes Ambientales de la Universidad de Caldas, Colombia. Este ha sido un ejercicio cualitativo, de carácter etnográfico, que a nivel de la subregión de Bajo Cauca y Alto San Jorge buscó evidenciar las representaciones del agua de cuatro grupos étnicos diferentes que allí se asientan: El Pando, Río Man y Puerto Valdivia (Bajo Cauca, Antioquia) y Uré (Alto San Jorge, Córdoba), Colombia. En esta subregión la construcción de sociedad, región y desarrollo ha girado alrededor de una visón economicista y colonial pero lo que se evidencia en estas comunidades, en gran medida invisibilizadas, son estrategias de arraigo y adaptación a su medio ecológico, que se convierten en alternativas para la convivencia entre sociedad humana y ambiente.
Palabras clave: agua, representaciones, conocimientos tradicionales, desarrollo, conflicto socioambiental, alternativas al modelo extractivo.
Representations of Water of Peasant and Ethnic communities in Alto San Jorge (Córdoba) and Bajo Cauca (Antioquia). Colombia
ABSTRACT
This article is part of final research paper for the Human Ecology and Environmental Knowledge Master’s Program at Universidad de Caldas, Colombia. This has been qualitative exercise of an ethnographic method that, at the level of the Bajo Cauca and Alto San Jorge subregions sought to show the water representations of four different ethnic groups settled there: El Pando, Rio Man and Puerto Valdivia (Bajo Cauca), and Uré (Alto San Jorge), Colombia. In this subregion, the constructions of society, region and development has revolved around economic and colonial vision, but what is evident in these communities, largely invisible, are strategies of roots and adaptation to their ecological environment, which become alternatives for the coexistence between human society and environment.
Key words: water, representations, traditional knowledge, development, socio.environmental conflict, alternatives to the extractive model.
Introducción
La subregión del Bajo Cauca (Antioquia) y Alto San Jorge (Córdoba) tiene una importante riqueza hídrica y pluralidad de grupos culturales y étnicos que allí han habitado. De igual forma, conflictos ambientales por el control de los recursos, entre actores externos, además de las políticas que han dado prevalencia a una economía extractiva. Esta situación contextual ha sido identificada básicamente desde la información secundaria. El trabajo en campo ha permitido corroborar esa realidad.
Frente a esta realidad preeminente se ha realizado una investigación etnográfica, adentrándose en zonas rurales donde varias comunidades han establecido relaciones cercanas con su medio, en especial con el agua: la comunidad indígena Senú de El Pando en zona rural de Caucasia (Antioquia), la comunidad afrocolombiana de Uré del municipio de San José de Uré en el Alto San Jorge (Córdoba), la comunidad de pescadores de Ciénaga Colombia y Río Man en el corregimiento Río Man de Cáceres (Antioquia) y la comunidad campesina de la vereda Montefrío del corregimiento de Puerto Valdivia en Valdivia (Antioquia).
Las representaciones del agua han implicado abordar los imaginarios que se han construido desde leyendas sobre su origen y creencias mágico-religiosas, y cómo estas se hacen prácticas en la relación con el agua. Finalmente, los usos económicos de la vida cotidiana de autosubsistencia hacen parte de cómo se concibe esa agua de los conocimientos y construcciones mentales del medio. De esta manera, se va de lo representativo al uso, observando una forma local de manejo del territorio hídrico, que ha pervivido a través de varios años, generando formas de manejo amigable con sus ecológicos.
En la parte final se recoge lo identificado en cada una de las comunidades, se realiza un balance resaltando diferencias y similitudes, y se realiza un balance del aporte que estas comunidades realizan en términos culturales a la construcción de territorio y la relación con el agua.
Elementos conceptuales
Las representaciones y el agua
El humano simbólico recrea su realidad (Goody, 1999); el mundo de las representaciones va a convertirse en una segunda realidad (Lefebvre, 1980), la cual se construye en colectivo. Estas representaciones son necesarias para el funcionamiento de la sociedad (Durkheim, 1993). Los mitos, creencias, imaginarios e ideologías dan forma al tiempo y al espacio, de lo cual surgen conocimientos necesarios para la interrelación con la materialidad, para los usos y prácticas (Shalins, 1997). Las prácticas son producto de conocimientos, valores e imaginarios. La práctica se va moldeando por el sentido común dando lugar a unos habitus, unas formas de hacer y proceder que en conjunto conforman la cultura (Bourdieu, 1994).
Actualmente, vertientes teóricas de las ciencias sociales señalan que las prácticas en el manejo del medio ambiental se generan de las construcciones simbólicas que se hacen de este; los reencantamientos del mundo (Noguera, 2004), los valores éticos, posibilitan formas de manejo, así también lo han planteado los acercamientos alrededor de naturaleza-cultura, señalando los grandes ejes míticos, como elementos que establecen las pautas de cómo debe ser el mundo (Descola, 2012).
Para el caso del agua, esta aparece como uno de los primeros objetos de esas representaciones. Autores como Bachelard (2003), explican que este es símbolo universal de la maleabilidad del espacio y el tiempo, objeto elemental de imaginarios que permiten las construcciones del territorio.
Multiculturalidad y diversas territorialidades del agua
En la subregión del Bajo Cauca y Alto San Jorge, se asientan comunidades que pertenecen a diferentes culturales y etnias, esto significa una riqueza en las formas de representar el territorio y hacer uso del medio natural. Se destacan las siguientes comunidades que han entablado importantes relaciones con el agua a través de siglos:
Ancestralmente, el pueblo indígena Senú ha establecido una relación con la geografía de tierras bajas e inundables. Las construcciones precolombinas de canales y jarillones dan cuenta se sistemas de riego que se basaron en las dinámicas de los ciclos de lluvia. Los senúes, tanto en el pasado como en la actualidad, conservan un importante conjunto de imaginarios y conocimientos relacionados con plantas, animales y seres de agua (Turbay, 1994).
Además de comunidades indígenas, se identifica para esta subregión la presencia de comunidades afrocolombianas, en las cuales se hacen presentes representaciones y prácticas culturales alrededor del agua. El término ‘afro’ utilizado en este ejercicio retoma lo planteado por los primeros estudios sobre estas sociedades realizados por la antropología, en donde se resaltan procesos de etnogénesis que surgen posterior a la época de la trata y esclavitud (Almario, 2002). Estrategias asociativas de legados comunes en resistencia, recogen huellas y rasgos de africanía, que articulan elementos indígenas y blanco-mestizos, creando estrategias de adaptación y construcción de su sociedad (Friedemann, 1989). Gran parte de las comunidades afrocolombianas han desarrollado una territorialidad basada en el agua, estrategias de subsistencia que les ha permitido vivir en sus espacios de vida (Escobar, 2005).
Las comunidades anfibias o pescadoras hacen especial presencia en las tierras bajas y lacustres de los ríos Cauca y San Jorge. El sociólogo Fals Borda (1980) plantea que esta raza cósmica, compuesta por mulatos, mestizos y zambos, ha desarrollado una especial adaptación a estos ambientes, desde su economía de subsistencia, sus formas de manejo e incluso sus simbolizaciones del río y la ciénaga, denotando su carácter anfibio.
Finalmente, la sociedad campesina con sus legados de diferentes sociedades, no solo se circunscribe a una economía agropecuaria, sino que también son grupos socioculturales que adocenan abigarradas herencias culturales en las cuales han construido su mundo rural (Houtart, 2014), con estrategias adaptativas para su subsistencia y vida comunitaria. Las sociedades rurales campesinas de esta subregión han venido construyendo su historia alrededor de sus fuentes hídricas, nacimientos y manantiales de los cuales surten sus cultivos y conectan sus bocatomas para la vida doméstica.
Materiales y método
Esta investigación, de carácter cualitativo, utilizó como principal metodología la etnografía, la cual incluyó técnicas de observación participante y entrevista semiestructurada a un aproximado de 30 personas (15 mujeres y 15 hombres), de las cuales 5 son mujeres menores de 18 años y 5 hombres menos de 18 años. Estas entrevistas fueron dirigidas a recabar información sobre aspectos del territorio hídrico: imaginarios corporeidad, sistema socioeconómico y sociopolítico, todo esto en clave del agua. También, se realizó recolección de historias de vida con personas mayores, para retrotraer leyendas y tiempos pasados. Si bien hubo interlocución aleatoria con personas de diferente edad, género y función social, la apelación al pasado permitió rastrear en la memoria una línea temporal.
Desde las narrativas se ha hecho acercamiento a la vida cotidiana y el conocimiento local (Geertz, 1994): se realizaron conversaciones con las mujeres y los jóvenes en sus labores domésticas, se hicieron visitas a los patios de las casas, se observaron actividades como preparación de alimentos y arreo de agua, y se hicieron caminatas a quebradas y visitas a humedales con los líderes locales.
El contexto regional también fue un referente, para lo cual la búsqueda de fuentes documentales tuvo como objetivo delinear procesos de poblamiento, encuentros y desencuentros entre sociedades y cosmovisiones, entre lo local y nacional, y entender la formación de hegemonías y la consolidación de un poder regional (Uribe y Álvarez, 1998).
En la región existe una población variada, proveniente de varias partes del país, especialmente de Antioquia y de los departamentos cercanos de la Costa Caribe (García, 1993). En ese contexto, resaltan asentamientos de grupos humanos que han hecho de su relación con el entorno una tradición, pues persiste una vivencia del mundo, del espacio-tiempo, que se relaciona con el lugar, lo cual implica vivencias, conocimientos, relaciones íntimas y cercanas con su espacio natural (De Sousa, 2003; Escobar, 2005). Autores como Fals Borda, destacan la importancia de sociedades raizales u originarias, que tienen sentidos ecológicos y comunitarios, en términos de igualdad y justicia (Fals, 2013). En la Tabla 1 se detallan algunos aspectos generales de las comunidades estudiadas en esta región y en la Figura 1 su ubicación.
La información recolectada se organizó en matrices, para el manejo y cruce, permitiendo extraer aspectos comunes y diferentes, y luego se procedió a su análisis en el contexto regional.
Tabla 1. Aspectos generales de las comunidades estudiadas.
Fuente: elaboración propia, con datos procedentes de varias fuentes.2
Figura 1. Mapa, Bajo Cauca y Alto San Jorge. Fuente: Google Earth.
Antecedentes históricos: consolidación de una ideología de explotación y desigualdad
Antecedentes históricos marcaron el rumbo de la región. Desde el periodo denominado Minería de Conquista se implanta un sistema económico extractivista (acumulación) basado en “la fiebre” por la bonanza de oro de aluvión sobre el Cauca y Nechí, entre Cáceres y Zaragoza; esta fiebre se extiende hasta principios del siglo XVIII (Colmenares, 1978).
Luego de un periodo de relativo olvido durante la Colonia, llegan a mediados del siglo XIX exploradores interesados en descubrir recursos tanto mineros como del bosque; se explotan: maderas, plantas, pieles preciosas y grandes peces como el bagre, esto atrae a empresas extranjeras que aparecen junto con misiones para la evangelización de “tribus” indígenas y negras, hasta principios del siglo XX (Striffler, 2008).
La guerra bipartidista de los años 50 y la extensión de la gran propiedad marcaron la distribución desigual de la tierra; el pequeño colono de ascendencia étnica o campesino-mestizo es empujado hacia el baldío. Posteriormente, llegan nuevos migrantes en busca de tierras y oportunidades con la construcción de la troncal a la Costa y las nuevas licencias para las compañías mineras (Betancur, 2015).
En los años 70 y 80 el conflicto se reactiva, acompañado de una nueva bonanza aurífera con la consolidación del narcotráfico y una nueva desposesión de la tierra (Reyes, 1994). Grandes empresarios promueven una imagen de región basada en la recuperación de la “ancestralidad del oro” y su relación con el desarrollo (Reyes, 1994). Los líderes de las comunidades observan que desde los años 80 se segmenta el gran bosque y muchas de las antiguas prácticas tradicionales y de relación con la naturaleza cambian drásticamente.
En el Bajo Cauca hubo grandes cambios, ya no se iba al río a pescar, ya no se compartía, se perdieron los valores y los preceptos, antes se producía comida y se sabía sembrar con la luna, ahora todo ha cambiado, las tierras agrícolas pasaron a la ganadería y la mayoría de los campesinos se ha salido para el pueblo. (González, 1980)
Resultados: representaciones y usos ancestrales del agua
Los grupos humanos se han asentado a orillas de las fuentes hídricas, allí han recreado el mundo, y llevado a cabo prácticas de autosubsistencia y de apropiación del territorio. A continuación se presentan los elementos más significativos sobre: representaciones, territorialidades y usos del agua entre las comunidades estudiadas.
Percepciones, representaciones y conocimientos del agua
Los sentidos humanos de la percepción sensorial permiten un primer acercamiento a los elementos, entre ellos el agua (Le Breton, 2007). Sin embargo, hay una mediación simbólica, que se expresa en sistemas de creencias, imaginarios, y saberes que dan lugar a representaciones de esa realidad (Augé, 1996, p. 79; Geertz, 1997, p. 50). En la Tabla 2 se resume lo recolectado al respecto.
Tabla 2. Percepciones, sensaciones, saberes, representaciones compartidas del agua en cuatro comunidades del Alto San Jorge y el Bajo Cauca, Colombia, 2018.
Para la mayoría de personas entrevistadas el agua es elemento estructural de la vida, y está presente en todos los organismos, es principio de formación de plantas y animales, fluye a través de las cadenas tróficas. Los indígenas senúes reconocen en su territorio los nacimientos o manantiales como sitios sagrados, que refrescan a plantas y animales, este principio permite perpetuar la agricultura, de la cual depende la comunidad. La organización indígena ha establecido desde la Ley de Origen3 nuevos acuerdos frente al tema de las quemas, de cuidar el suelo, que mantiene la humedad del territorio (Organización Indígena de Antioquia, 2007).
Entre varias percepciones del agua, también están aquellas que invitan a significados de pureza, frescura, movilidad, el fluir de la vida, como lo ha planteado en su reflexión el filoso francés Gaston Bachelard (2003). Para los habitantes de Uré, el agua tiene colores, sonidos y melodías, ha sido motivo de inspiración para componer músicas tradicionales como los bullerengues, los alabaos, la tuna tambora4 (Figura 2).
Figura 2. Imagen mural en Uré: templo, quebrada y música de tambor, como representaciones de identidad. Fuente: el autor.
El agua se mueve, por eso está viva. Para los afro-uresanos, pescadores y campesinos tiene encantos y prevalecen allí leyendas mágico-religiosas tales como duendes, brujas, madres de agua. En Uré, La Sirena habita uno de los pozos de la quebrada mayor5.
En algunas comunidades como los campesinos en Valdivia, el agua también está viva, está al principio y al final de la vida, ha significado la transformación, la fuerza, la claridad, la profundidad y también la muerte. El río arrastra sedimentos, materia orgánica, que abona la tierra, permitiendo nuevamente el renacer de las plantas, las épocas de lluvia y secas, incide en las bajanzas de sedimentos que son propicias para el barequeo y también para la salud de los suelos aguas abajo; en esa medida, la renovación propiciada por el fluir del Cauca y sus afluentes lo convierte en un nodo constante de resiliencia de la naturaleza (Shiva, 2002).
La percepciones y simbolizaciones se construyen desde conocimientos; las comunidades relacionan el ciclo del agua con el clima, la geología, la vegetación. El ciclo para los afros de Uré, los pescadores y los campesinos, comienza en las montañas del Paramillo, en donde plantas y animales del bosque permiten el fluido permanente hacia las quebradas y aguas subterráneas. En esa misma línea, los pescadores resaltan los bosques inundables cercanos a los humedales, las islas y los diques como lugares de siembra, los ciclos de lluvia y de subienda permiten la producción alimentaria; esta situación cíclica es señal de que el entorno está bien, está dentro de los parámetros normales de la naturaleza. Para los pescadores, el agua es la inmensidad de la ciénaga, “Un espejo de agua que refleja el cielo”, sitio de respeto que se debe conservar, al ser un centro de renovación del río y de la vida (Figura 3).
Figura 3. Pescador, Ciénaga Colombia, Caucasia. Fuente: el autor.
En las comunidades hacen presencia valoraciones que rebasan las visiones economicistas de la naturaleza, estas incluyen el afecto, el cuidado-respeto, la responsabilidad, un conjunto de valores que integran a seres humanos y no humanos, esto nos acerca a nociones del pensamiento ambiental sobre la ecología humana (Noguera, 2004, p. 55), saberes construidos durante generaciones, una historia coevolutiva, por tiempos de observación e interacción, que permite estrategias adaptativas con la naturaleza.
Prácticas y usos como representaciones del agua
Como se expresó en la reflexión conceptual, las prácticas y usos son acciones materializadas de las representaciones del mundo (Shalins, 1997). Estas se concretizan en los usos; son evidencia de las formas de pensar el mundo y evidencian las estrategias que tiene una sociedad para su adaptación a este (Ángel, 1996). A partir de allí, los humanos han creado sus maneras de habitar, se han organizado, para distribuir las acciones en consonancia con ese entorno, con ese mundo de la vida (Schutz y Luckmann, 2003). En la Tabla 3 se resume lo encontrado en relación con este tópico.
Tabla 3. Agua y economías de autosubsistencia: prácticas y usos del agua en cuatro comunidades colombianas.
Actualmente, aunque la economía extractivista y de mercado ha influenciado la sociedad regional, aún prevalecen prácticas y usos relacionado con el agua que son determinadas por los ciclos naturales. En comunidades como los afros de Uré, los indígenas senúes, los pescadores y buena parte del campesinado, prevalece una economía mixta, que ha consistido en pequeña minería, agricultura, pequeña ganadería, cría de cerdos y aves de corral, pesca y caza (Mendoza, 2005 y Cardozo, 2006).
Estas actividades responden a estrategias de adaptación a las particularidades geográficas y naturales de la región, su fin primario ha sido el autoabastecimiento, el sostenimiento familiar, con algunos excedentes con los cuales se solventan artículos como vestuario, electrodomésticos, aseo, útiles escolares, etc. Este excedente ha sido proporcionado por el barequeo y la pesca, en algunos casos por agricultura y pequeña ganadería como en los campesinos de Valdivia.
Estas actividades dependen directamente de las fuentes hídricas. Las gentes se han asociado alrededor del río, manantiales, humedales y pozos cavados, estos aparecen como centros del tejido social, en la medida en que allí se organizan los roles y funciones para proveer el sustento. Se advierte que la base de esos asentamientos colectivos es la familia, y desde allí se establecen los usos fundamentales del agua; en ese tránsito las mujeres aparecen como primer eslabón en las funciones de subsistencia (el alimento, la sed) y en los usos domésticos (el baño, el lavado) (Figura 4).
Figura 4. Mujeres lavando en la quebrada de Uré, Córdoba. Fuente: el autor.
A nivel comunitario, tanto mujeres como hombres, jóvenes, población adulta y niñez, se agrupan para actividades como cambio de mano, siembra colectiva, pesca y barequeo comunitario, todo ello como parte de antiguas herencias de valores que se afianzan también en el juego en la quebrada, la reunión y la celebración en las playas del río.
Las fuentes hídricas han proporcionado condiciones materiales y culturales para la vida, la autonomía y la dignidad; durante siglos se ha desarrollado un arte de vivir, de sentir y pensar el territorio, elaboración de conocimientos atados al espacio-tiempo, a lo natural, al contexto, por tanto, estos espacios son sitios de culturas vivas que, no obstante, a través de los siglos se han venido insertando en la economía de capital (Escobar, 2005).
Territorialidades político-comunitarias del agua
Desde el cuerpo se despliegan representaciones, saberes, prácticas, sobre el territorio, se diferencian lugares míticos, históricos, de tabúes, es decir metafóricos, así como lugares del uso diario, de la recreación, del baño en la quebrada, del encuentro erótico, o metonímicos (García, 1976).
Según García (1976), el territorio está compuesto por lugares marcados por el tiempo, donde se nace, reproduce y muere. En comunidades, como los afrocolombianos de Uré, el cuerpo está compuesto de la tierra y el agua natal, hay una interacción constante, desde el alimento y la respiración, los sentidos y el pensamiento. La magia del agua se encuentra presente desde el mismo nacimiento; un antiguo ritual de bautismo, presente hasta hace 20 años, consistía en frenar y secar la sangre que manaba del ombligo del recién nacido mediante barro (mezcla de agua y tierra), proveniente de la cocina o del “quicio de la puerta”, es decir, del mismo lugar de nacimiento, esta práctica sincrética, denominada ombligada, ataba de por vida al infante a su territorio.
Las prácticas y representaciones son fundamento de los lugares políticos, de los bienes colectivos patrimoniales, por tanto, de los acuerdos y de la disputa. El territorio convoca a la formación de marcas, delimitaciones, normas, acuerdos, fronteras (Montoya, 2007). Entre las comunidades abordadas, varios lugares hídricos funcionan como referentes geográficos, míticos, históricos y políticos. Como se evidencia en la Tabla 4.
Tabla 4. Territorialidades del agua.
En comunidades como los indígenas senúes de El Pando y los afrocolombianos de Uré, a partir del nacimiento comienzan los lazos de consanguinidad, que legitiman derechos de agua y tierra. En la medicina tradicional, presente en las cuatro comunidades, fluidos tales como sangre, orina, semen, representan las aguas del cuerpo, sus dinámicas inciden en el metabolismo y salud; esa sangre, al igual que el agua, está en el paisaje, allí hay una relación. Tierra, agua y savia de plantas son equilibrio del cuerpo y el territorio.
Herencias indígenas, hispánicas y africanas emergen en los sistemas de curación, en mitos y rituales, que hacen de este territorio y estos se relacionan con elementos de la naturaleza como el agua La tierra no puede pensarse sin el agua, los sistemas hídricos alimentan herencias y salud colectiva e individual.
Actualmente, la normatividad establece derechos colectivos a la tierra entre las comunidades étnicas, convirtiéndose en herramienta para legalizar un número determinado de hectáreas bajo la figura de resguardo o territorio afro colectivo. Sin embargo, las comunidades plantean que sus derechos ancestrales van más allá de esto; los usos tradicionales de la tierra y el agua vienen desde tiempos inmemoriales y no tendrían límites jurisdiccionales en América.
En ese mismo camino, las comunidades de pescadores (anfibias) y de campesinos vienen advirtiendo la presencia de esas herencias que ratifican derechos ancestrales. Buscan, desde la organización de base, una figura jurídica como territorio étnico o reserva campesina o simplemente la visibilización de un proceso histórico de construcción cultural de convivencia y adaptabilidad a entornos hídricos como el río y la ciénaga.
Conflictos por el agua
En este apartado se aborda la sociedad mayor, establecida por el orden oficial de mercado a nivel internacional, nacional y subregional, al cual las comunidades se han ido insertando con el pasar de los años, así los campesinos de Valdivia explican cómo en el pasado la naturaleza parecía inagotable, lo cual contrasta hoy con una realidad de escasez. La gente está de acuerdo en que las fuentes de agua han cambiado drásticamente: “esto no era así como antes, anteriormente había mucha agua, niveles del río eran altos, las quebradas más hondas, había riqueza pesquera”.
En las comunidades se dice que “la destrucción” de la naturaleza se refleja en el agua. A continuación, la Tabla 5 muestra la situación socioambiental en estas comunidades.
Tabla 5. Compendio de conflictos socioambientales observados en las comunidades estudiadas.
En las últimas décadas, la crisis ambiental en la región comenzó a preocupar a la institucionalidad. En los años 80, una resolución (Resolución 0717 del 31 de octubre de 1986) del Inderena declara “una emergencia ambiental para el Bajo Cauca” (Inderena regional Antioquia, 1986), debido al deterioro de las fuentes hídricas por destrucción de bosques a raíz de la extensión de la ganadería, así como los efectos de la minería desde la sedimentación y contaminación por mercurio en agua, suelo, aire, flora y fauna, todo esto con posibles incidencias en la salud humana.
Posteriormente, informes de las Corporaciones Autónomas Regionales (CAR) en los últimos años, han señalado la contaminación del acuífero y agua confinada en el subsuelo (HTM et al., 2015), dando a entender un evidente deterioro del agua en la región.
Tal vez, una de las preocupaciones que más ha llamado la atención ha sido la contaminación por mercurio, debido a la minería informal mecanizada. En 2015, algunos diarios de orden nacional plantean que la contaminación traspasó las fronteras, afectando la Gran Mojana y la Ciénaga de Ayapel (Cuevas, 2015), y estudios revelan concentraciones en el ciclo hidrobiológico y en los humanos con cantidades mercuriales por encima de los límites mundiales (Universidad de Antioquia y Corantioquia, 2008, p. 82).
En los últimos 20 años, la situación del agua empeoró con la sedimentación y reducción de caudales a raíz de la deforestación en cabeceras, el avance de la frontera agropecuaria y ganadera, la producción de base de coca y la proliferación de retroexcavadoras y dragas mineras que destruyen orillas y coberturas, llegando incluso hasta los mismos nacimientos.
El deterioro de la naturaleza ha tenido como base el conflicto social, la desigualdad, la corrupción, así lo ha informado el documento “Razones para la Esperanza” (PNUD, 2011, p. 284) y el Observatorio del Programa Presidencial de los Derechos Humanos (Vicepresidencia de la República, 2006, p. 30), con cifras de inequidad y empobrecimiento: en el sur de Córdoba, donde el promedio de necesidades básicas insatisfechas (NBI) es del 61,34% y en Bajo Cauca del 59%, ambos casos superan los promedios nacional y departamental; estas regiones tienen el menor índice de calidad de vida (ICV) para el año 2011 (Betancur, 2015)6.
Este panorama se materializa en el hábitat de grupos étnicos (afrocolombianos e indígenas), comunidades anfibias y campesinos. La contaminación y sedimentación agudiza situaciones de disminución de disponibilidad de agua, como en El Pando (Figura 5), y se hace presente en situaciones de riesgo por inundaciones y exceso de agua, como en las comunidades de orillas del Cauca, aguas abajo de Hidroituango.
Figura 5. Sistema de almacenamiento de agua, Cabildo indígena Senú, El Pando, Caucasia. Fuente: el autor.
Discusión
Como se observa, en el Bajo Cauca y el Alto San Jorge existen relaciones de vida entre algunas comunidades humanas y el agua. Estas se insertan en un contexto de conflictos socioambientales que amenazan la continuidad de estas relaciones.
Como discusión final, se abordan los antecedentes históricos y políticos de imposición de políticas extractivas y de desigualdad, para de esta manera entender los procesos organizativos de defensa del territorio y el agua, que se legitiman desde la tradición y la cultura.
Políticas socioeconómicas de desarrollo de base extractiva
La riqueza de agua, bosque, minerales y tierras baldías ha sido una importante combinación que hace del Bajo Cauca y el Alto San Jorge una zona proveedora de materiales y energía. A esto se le agrega el hecho de ocupar un lugar estratégico, de piedemonte y de grandes ríos, un corredor entre el interior y la Costa. Características físico-geográficas, pero también históricas, han sido terreno abonado de sectores que buscan establecer una matriz extractiva.
En los últimos decenios, Colombia, al igual que otros países suramericanos, ha firmado tratados internacionales de cooperación económica y de modernización (Corredor, 1992). Los países del “Tercer Mundo”, ricos en recursos, han ingresado al sistema económico de “las commodities” (Svampa, 2013); concerniente a una nueva era de Globalización, que cambió antiguas economías agrícolas por la extracción de productos primarios, para lo cual han debido crear toda la infraestructura para la producción, transporte y comercialización, a cambio de recibir la tecnología necesaria para llegar al anhelado progreso (p. 39).
Las políticas en Bajo Cauca y Alto San Jorge han buscado catapultar la región a un desarrollo que permita atraer la inversión para reducir la pobreza y el desempleo (Betancur, 2015). El Estado, a través de la institucionalidad regional y local, ha implementado desde los años 80 planes de gobierno para la modernización de la región. En Antioquia, el PLANEA7 comenzó a priorizar proyectos como Hidroituango y autopistas de la Prosperidad (IDEA y Gobernación de Antioquia, 1999). Actualmente, los planes de desarrollo de Antioquia y Córdoba buscan el desarrollo del sector ganadero y minero, esto en el marco del desarrollo “sostenible”, la equidad y el logro de la paz (Gobernación de Antioquia, 2016; Secretaría de Educación - Gobernación de Córdoba, 2016).
Los planes de desarrollo regionales han tratado de promover las políticas del DNP8, basadas en la infraestructura, la gobernabilidad, la cultura de la legalidad, la seguridad, el desarrollo de la empresa, el crecimiento urbano, la minería responsable, la erradicación de los cultivos ilícitos, y los proyectos hidroeléctricos. Estas obras beneficiarían la región y ayudarían a articularse a la “economía del país” (Gobernación de Antioquia, 2016; Secretaría de Educación - Gobernación de Córdoba, 2016).
La incidencia de estos planes a nivel local se promueve en los planes de desarrollo. El Plan municipal de Caucasia, “Gestión para Avanzar 2016-2019”, le apunta al “buen gobierno”, desde la gestión para el desarrollo social y económico sostenible (Municipio de Caucasia y Concejo Municipal de Planeación, 2016, p. 11). Luego, en el recién creado municipio de San José de Uré en el Alto San Jorge, la estrategia de desarrollo del municipio se dirige al ecoturismo y la exploración minera, en donde sería importante el estímulo al inversor externo (Cordecor, 2009, p. 19).
Procesos de modernización, tecnología y extracción de bienes naturales
El sistema hegemónico y oficial promovió el “aprovechamiento” de los “recursos naturales”, incentivando el consumo y la obtención de tecnología para adquirir mejores condiciones sociales (estatus). La cultura y la tecnología moderna cambiaron prácticas tradicionales rurales por las de comodidad y eficiencia, así la tinaja se cambió por la nevera, el burro por la moto, el manantial por la bolsa de agua, la batea por la retroexcavadora.
La modernización tecnológica ha sido favorable a sectores del comercio, empresarios mineros, ganaderos y estratos pudientes, quienes arguyen su necesidad para una “calidad de vida”, apareciendo expresiones como “ahora sí llegó el progreso, ahora sí somos una región, sí somos reconocidos”. Este sector ha motivado la construcción de infraestructura y el aumento de la urbanización, para atraer la llegada de empresas y entidades comerciales.
Las tecnologías extractivas han sido introducidas y controladas por sectores con capitales externos, no han estado al alcance de las comunidades, sin embargo, poco a poco, han ingresado al territorio y vida cotidiana por consorcios, grupos armados y actores con poder económico y político. Una nueva racionalidad, instrumentalizada, aparece en el horizonte y se entra en un círculo de constante crecimiento. Para el caso de la minería, se prefiere una mayor efectividad en la extracción del oro y en menor tiempo posible, por eso es necesario la inversión de maquinaria cada vez más costosa y sofisticada, la cual se dispone al acceso de todos aquellos ciudadanos con capital suficiente para “el endeude” y montaje de un “entable”, para aquellos que quieran ingresar al mundo moderno.
Aparece una nueva sociedad entusiasmada por el ingreso al consumo, a las modas que se observan en las series televisivas. Paralelamente, se promueve un derecho a la adquisición de bienes, así sea por medios fraudulentos, esto es preferible a “ser pobre o atrasado”. Ahora el recurso oro puede solventar todo, hasta la misma agua. De esta manera, se legitima una pirámide social y surge una clase con poder.
Se naturaliza y esencializa la explotación de “los recursos”. En algunas vallas, en puntos centrales de las carreteras de acceso a la región, se puede leer: “Sin minería, no hay economía” o “Haga ganadería, haga país”. Elementos como murales y pinturas establecen la minería mecanizada como tradicional (Figura 6).
Figura 6. Minería tradicional, según cuadro que decora una prendería en Zaragoza, Antioquia. Fuente: el autor.
Estos valores hicieron eco en buena parte de la masa de la población, “el oficio de ser gran minero”. Lo anterior atrajo migrantes de otras regiones y países, todos ellos en pro de la bonanza aurífera y/o cocalera de las últimas décadas. Han llegado a una región que brinda las condiciones. No existe mucha dificultad para adquirir un terreno con oro, para la compra y alquiler de maquinaria, tampoco para instalar negocios de prenderías con amalgamiento a partir del mercurio; es ahí donde se ha creado toda una economía regional que trasciende las fronteras de lo formal-informal.
Poco a poco, un nuevo metabolismo social cambia los tiempos y distancias (Foster y Clark, 2012). Se da paso a lo artificial, que aparece como esencial y natural, de esta manera se ha promovido el crecimiento de centros urbanos en medio de una amplia ruralidad, centros de servicios para crear la institucionalidad, centros bancarios y policiales, que pueden crear condiciones de seguridad e infraestructura necesarias para este crecimiento económico.
Con la urbanización, la modernización, la industrialización, comenzaron a ser visibles las afectaciones de las aguas; la paulatina contaminación fue reduciendo el acceso a un elemento hasta el momento abundante y gratuito. Para esta situación el mismo mercado trajo la solución, pero ahora se debe pagar, entran en circulación las bebidas gaseosas y las bolsas de agua como solución “necesaria” para aliviar la sed.
Organizaciones de base: derechos y deuda social y ambiental
Las comunidades tradicionales y sus organizaciones han reivindicado a través de décadas el reconocimiento colectivo para el derecho a la igualdad, a la diferencia étnico-cultural e identitaria, al normal desarrollo de sus vidas dentro de un territorio y la toma en cuenta de la deuda social.
Con los años, la deuda social toma un carácter ambiental y se refleja en el paisaje. Los dividendos no han llegado a las comunidades, pero sí se han materializado en “pasivos” que amenazan la disponibilidad hídrico-alimentaria.
En esa medida, en las organizaciones se resalta la necesidad de crear distinciones entre las prácticas tradicionales del resto de la economía, pues la deuda social y ambiental del Estado y la empresa tiende a mezclarse entre la masa de la población. Así, por ejemplo, los mineros barequeros quieren diferenciarse de la demás minería, los pescadores quieren hacer valer su papel en la protección de ciénagas y los grupos étnicos su política de defensa de la madre Tierra. En ese sentido, aparecen estrategias de diferenciación, de identidad, pero también de crítica, de desacuerdo con el sistema dominante.
En las últimas décadas, a nivel regional, las organizaciones de base y algunas instituciones gubernamentales, universidades y ONG nacionales e internacionales se han articulado para hacer un llamado y toma de conciencia sobre la situación social y ambiental en la región, promoviendo la participación de las comunidades para proyectar un Desarrollo rural con enfoque territorial, desde ejes como agua, campesinado, mujeres, grupos étnicos, economías autónomas y alternativas. A la fecha estas propuestas, no muy tenidas en cuenta por la oficialidad y los gobiernos actuales, se han engavetado y persisten como utopías para una región olvidada (PNUD et al., 2014).
Conocimientos culturales en el proceso organizativo por la defensa del territorio y el agua
Para legitimar estos procesos reivindicativos, los movimientos adoptaron el término ‘territorio’ como aquello que permite entender lugares de conocimiento, de la práctica, del curso de la vida doméstica; en ese sentido, este se legitimaría en la medida en que “la cultura se asienta en lugares” (Escobar, 2005).
Es allí donde se inscriben las ontologías del lugar (Escobar, 2005), formas de autoconcebirse y concebir el mundo, que permitan un nuevo giro ante la actual crisis civilizatoria. Por tanto, cada cultura es una riqueza que no tiene valor, una complejidad, una forma de ver la realidad (De Sousa, 2009).
Los líderes han observado la importancia de los conocimientos ancestrales, los cuales no han sido tenidos en cuenta por los conocimientos oficiales de la industria, la economía y la ciencia. Desde ese orden de ideas, De Sousa (2009) observa cómo los nuevos movimientos sociales y ambientales en América Latina dan importancia a los conocimientos situados históricamente, esta sería una de las principales alternativas para superar el paradigma prevaleciente de dominación sobre la naturaleza (2003). Al reconocer las diferentes maneras de conocer, como vías para superar la hegemonía actual, todas ellas harían parte de las denominadas Epistemologías del Sur (2009).
Precisamente con los acontecimientos ocurridos en Hidroituango en mayo del 2018, emergieron aquellas políticas de desigualdad de poderes, de violencia epistémica (Vieira, 2019). Los habitantes de Puerto Valdivia y los demás asentamientos aguas abajo de la represa, plantearon no haber sido tenidos en cuenta por los ingenieros de esa “obra tan importante para la región”, desconocieron su saber sobre el río y las implicaciones de la construcción de una presa para sus economías e incluso para todos los seres incluyendo especialmente los peces y sus ciclos de desove. Por tanto, señalan que “lo que pasó” es muestra de los intereses y poderes que llegan solo con el fin de hacer “sus negocios”, no importando quién vive allí, e incluso negando la presencia ancestral de las comunidades y, por tanto, sus conocimientos y culturas. Algunas personas de familias barequeras y pescadoras de orillas del río comentan: “ni siquiera nos censaron, nos reunieron, no tuvieron en cuenta nuestras organizaciones, no reconocieron nuestra economía ancestral”.
Los líderes plantean que pudo más “la ambición que la vida, además la región no se beneficia de la plata que da esa represa”. Se observa que en las cuatro comunidades y en sus organizaciones se valoran unas culturas y saberes propios tradicionales, diferentes de aquellos hegemónicos. Desde allí, se ha venido construyendo una crítica y unas estrategias de exigencia de reconocimientos, de denuncia a través de acciones de hecho como marchas y plantones, como encuentros regionales para buscarle un futuro a la región, todo ello en el marco de un conflicto que tiene entre sus víctimas a muchos de sus líderes (ver: periódico Análisis Urbano, Medellín, 9-03-2019).
“Déjennos vivir en paz, dejen el río en paz”: valoraciones de vida para la defensa del territorio hídrico y la justicia socioambiental
Las organizaciones hacen conciencia de que no hay más territorio donde puedan tener lo básico para vivir. Los bienes como el agua y las fuentes hídricas tienen valores en sí mismos; no existe nada más que los reemplace, son territorios sagrados, ancestrales, patrimonio, de legados económicos, ecológicos y culturales que rebasan valoraciones monetarias. El conflicto por la distribución equitativa de los bienes implica llamar a la necesidad de cuidado de aquellos bienes que como el agua permiten la subsistencia. El reclamo de los movimientos va tomando la forma de lo que Martínez-Alier (2005) llamara “ecologismo de los pobres”. En el sentido de una crítica al sistema actual, a una cultura predominante, que busca la explotación a infinito de la naturaleza, pero socava las estructuras culturales y ecológicas (Escobar, 2005).
Solo a partir de no impedir la natural reapropiación cultural de la naturaleza (Escobar, 2005, pp. 110-130) por parte de estas sociedades originarias, se puede subsanar la deuda inconmensurable y generar justicia, reestableciendo el principio de equidad, una igualdad de derechos para el futuro de seres y comunidades, el cual ha sido negado históricamente en esta región. Justicia ambiental, desde el reconocimiento de derechos a una naturaleza como sustento, cuyo valor no se puede evaluar.
Los líderes de las organizaciones comunitarias y étnicas de Puerto Valdivia, Uré, Río Man y Caucasia arguyen que no se podrían contabilizar los costos socioculturales y ecológicos; hay situaciones irreparables e irremplazables, lo único que podría remediar es el reconocimiento como sociedades humanas y los derechos sobre su territorio. Por ello, desean que “les dejen vivir en paz”, con sus economías y culturas. Algunos líderes de Valdivia, ante la situación de Hidroituango, hacen un llamado a la sociedad mayor desde los medios alternativos, proclamando ideas como “dejen que el río siga su curso, los peces y animales del río prosigan naturalmente”.
Si bien las instituciones ambientales han venido avanzando en el ordenamiento ambiental de las regiones, en la misión de educación y administración de los bienes ambientales desde un Desarrollo Sostenible (ver, páginas corporativas: Corantioquia, CVS, Parque Nacionales, entre otros), en el documento generado de esta investigación se observa un profundo interés por parte de las comunidades de proteger sus territorio de vida, tanto desde la necesidad de persistir en sus legados de relación con el entorno, como desde la lucha de sus organizaciones por la protección y salvaguarda de territorios que guardan patrimonios hídricos no solo para ellos, sino también para todas las gentes que habitan las regiones. Se observa entonces desde allí una ecología humana y una política de vida que hace un llamado al sistema hegemónico a recapacitar, a dialogar sobre un fututo, a sopesar, y hacer un balance sobre valores monetarios frente a bienes que no tienen precio, gratuitos, a los cuales todos los seres tienen derecho.
Conclusiones
Las regiones del Bajo Cauca y el Alto San Jorge tienen un potencial hídrico-social y cultural. Sin embargo, hay un deterioro a causa del orden histórico y socioeconómico imperante, el cual ha introducido una cultura extractiva.
El primer gran impacto ambiental en el Bajo Cauca y Alto San Jorge es la consolidación de una sociedad urbana y capitalista que enrutó la subregión a una economía de extracción, esta visión del mundo no permite la adaptación a su medio hídrico y de biodiversidad.
Esta cultura extractiva hegemónica se ha impuesto como historia oficial y verdadera, como sociedad que distingue a la subregión, en detrimento de otras historias y sociedades, esto hace parte de la imposición de una cultura de dominación de la naturaleza, de seres humanos y no humanos. Esta cultura beneficia un sector social (Estado, élites y grupos económicos), en su ambición de poder y de observarse como centro, expandiendo ideologías, prácticas, hábitus (Bourdieu, 2003); estos regímenes descansan en políticas estatales que han partido de los centros metropolitanos y provinciales a través de siglos. Estas políticas y esta cultura entienden el mundo en la necesidad de acumulación de recursos naturales y desposesión de tierra, de creación de desigualdad, para hegemonizar y ampliar ese poder (Gorz, 1979).
En la región, las culturas hegemónicas, representadas en la sociedad de economía extractiva, han generado deudas sociales y ambientales que se manifiestan especialmente en el agua. Algunas de sus particularidades han sido:
La destrucción de la riqueza natural supone deterioro de sociedades ancestrales, las cuales de alguna manera habían desarrollado cierto proceso de conocimiento, regulación y adaptación mutua a través del tiempo. El rompimiento de todo ello vendría a traducirse, como lo plantea Gorz (1979), en una homogenización social, cultural y económica, que estaría basada en el desarrollo productivo, en la materialidad, en una forma distanciada de la naturaleza, en unos solos lenguajes, en unas solas formas de concebirse y concebir la realidad, el futuro y las aspiraciones. A raíz de lo anterior, han venido surgiendo procesos organizativos desde las mismas comunidades, que hacen llamado a la distribución histórica desigual, hacen valer la defensa del lugar y la cultura. Desde legados ancestrales y crítica al sistema, legitiman un proceso de resistencia, la búsqueda de justicia, el reconocimiento y el soñar una región diferente, en donde, como la plantea Vieira (2019), esté primero la vida.
Desde situaciones como la de Hidroituango, han venido surgiendo voces en contra de procesos de mal-desarrollo basados en la individualidad, la materialidad y la muerte y han surgido aquellas que le apuestan a la defensa del contexto, la defensa a la vida, del río (Viera, 2019). Estas apuestas nos aproximan a valores no antropocéntricos (Leff, 2002), es decir, visiones ético-socioambientales que tienen su base en las relaciones de interdependencia con el entorno (Rolston III, 2004).
Sociedades, donde han persistido interacciones con el medio, prácticas comunitarias y de abastecimiento de las necesidades familiares, que les permite ser más ecológicas que la economía de la sociedad mayor. Los movimientos han desarrollado una capacidad de ecología política (Escobar, 2005), intentan construir sus propios planes de desarrollo (planes de vida, etnodesarrollo, planes campesinos), reivindicar territorios colectivos y ancestrales para defensa de bienes y patrimonios como el agua, en últimas, buscan proteger espacios para la supervivencia y lugares de la memoria para la continuidad de comunidades biológicas articuladas a la cultura y la identidad (resguardos, territorios ancestrales colectivos afrodescendientes, zonas de reserva campesina).
Propuestas
La población adulta, mujeres, jóvenes y niños y la continuidad de las culturas ecológicas: no se han desarrollado procesos de investigación que valoren los aportes de estas poblaciones a la continuidad de estas culturas ancestrales. Se debe partir del restablecimiento de derechos, visibilización, implementando censos que permitan determinar la presencia de población adulta, mujeres, jóvenes y niños, representativos de la base de estas sociedades, de su continuidad, del día a día cotidiano del uso del agua.
Agradecimientos
Se agradece a directores y docentes de la maestría de Ecología Humana y Saberes Ambientales de la Facultad de Ciencias para la Salud de la Universidad de Caldas (Manizales, Colombia) por su apoyo en la formación y proceso de investigación. De igual forma, se agradece a las comunidades de Uré en Córdoba y El Pando, Río Man y Puerto Valdivia en Antioquia, por su participación y apoyo en el proceso investigativo.
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1 Antropólogo y maestrante Ecología Humana y Saberes Ambientales, Universidad de Caldas. Manizales, Colombia. E-mail: This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it. ORCID: xxxxxx Google Scholar: xxxxxxxxx
2 Datos provenientes de varias fuentes escritas (Negrete, 2012; PNUD-INCODER, 2014; Corantioquia, 2015) y de la web: http://ipc.org.co/index.php/regiones/bajo-cauca/
3 Ley de origen, remite a valores enraizados en las antiguas tradiciones y saberes, en el territorio ancestral; es necesario retomar constantemente sus preceptos para el funcionamiento de la sociedad, para el presente de la organización política, para seguir proyectando el camino, el cual está plasmado en el Plan de Vida (Organización Indígena de Antioquia, 2007).
4 La tuna tambora hace parte de herencias musicales que se extienden a tiempos de liberación de la esclavitud, de la formación de un palenque, son ahora motivo de identidad y de raigambre al territorio (Montoya, 2009).
5 Según cuentan algunas personas mayores, La Sirena habita uno de los pozos más profundos de la quebrada de Uré, y en ocasiones se la puede observar sentada en una de las piedras, peinando sus cabellos rubios con un peine de oro. Este personaje, mitad humana y mitad pez, arrastra a las profundidades a todo aquel (especialmente hombre) que deambule por la quebrada en épocas de prohibición como Semana Santa.
6 El índice de calidad de vida cuantifica las condiciones de vivienda, servicios públicos, educación, salud, cuidado del menor, fuerza de trabajo, ingresos y gasto del hogar.
7 “Al 2020 Antioquia será la mejor esquina de América; justa, pacífica, educada, pujante y en Armonía con la Naturaleza” (IDEA y Gobernación de Antioquia, 1999).
8 Departamento Nacional de Planeación, instancia creada en los años 80 para promover y planificar el desarrollo del país.
Para citar este artículo: Montoya, A. (2020). Representaciones del agua de comunidades campesinas y étnicas en el Alto San Jorge (Córdoba) y Bajo Cauca (Antioquia), Colombia. Luna Azul, 51, 121-150. Doi: 10.17151/luaz.2020.51.7
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