EDITORIAL

 

EL PENSAR ECOLÓGICO: PRIMER ACERCAMIENTO

 

Recibido: 20 de febrero de 2024 - Aceptado: 8 de abril de 2024 - Actualizado: 5 de agosto de 2024

 

Natalia Agudelo Sepúlveda

 

“Si la ecología enloquece, es porque en efecto es una alteración de la

alteración de las relaciones con el mundo. En este sentido, es al mismo

tiempo una nueva locura, ¡y una nueva manera de luchar contra las locuras precedentes!

No hay otro modo de sanarse sin esperar curar: hay que ir hasta el fondo de la situación de desamparo en la que todos nos encontramos, cualquiera sea el matiz que adquieran nuestras angustias”.

Bruno Latour (2017: 28)

 

 DOI: 10.17151/luaz.2022.55.1

 

En muy pocas décadas, la reflexión sobre lo ecológico ha venido ampliándose. Además de seguirse considerando que la ecología es una ciencia “reciente”, el propio abordaje que ella plantea sobre las interrelaciones planetarias y ecosistémicas ha permeado y posibilitado un pensamiento otro respecto a los vínculos dentro del fenómeno vida, en el cual -la especie humana- es solamente una expresión. Tal ampliación ha generado ciertas rupturas, incluso virajes. Uno de ellos, tal vez el más preciso, es su escisión con lo ambiental.

 

Lo ecológico ha dejado de ser aquello referido al ambiente, al entorno, a lo natural, al afuera del “hombre”; nociones todas que se anclan en la dicotomía naturaleza/cultura. La pregunta por lo ecológico, podría decirse, otorga un camino diferente al frustrante save the planet, consigna que el capitalismo ha sabido monetizar, que el individualismo ha podido incorporar y que los progresismos han tenido que canalizar. Tal escisión de lo ecológico y lo ambiental ha permitido mezclas desobedientes entre disciplinas y saberes, conversaciones por fuera de los límites impuestos por las academias y, fundamentalmente, fuertes rupturas metodológicas.

 

Ahora bien, el pensar ecológico -y no digamos pensamiento o ciencia- parte de varios reconocimientos que, probablemente, también sean puntos de partida de la perspectiva ambiental. El primero de los reconocimientos tiene que ver con las modificaciones planetarias actuales que permiten considerar que el Holoceno, como época geológica, se está clausurando debido a la incidencia antropogénica. La forma en la que se enuncia este escenario es múltiple -Antropoceno, Capitaloceno, Faloceno, Plantacioceno-, con marcadas diferencias de origen, tanto temporales como de determinación. Solo hace unos meses fue descartado por la Comisión Internacional de Estratigrafía el término Antropoceno, única expresión que se pretendía como integrante de la Tabla Cronoestratigráfica Internacional y que, aún sin el beneplácito de la geología, sigue siendo pensado.

 

También se reconoce que estamos traspasando los límites planetarios, parámetros establecidos por el Centro de Resiliencia de Estocolmo. Estos límites están incluidos en cuatro áreas: ciclos biogeoquímicos globales; principales sistemas de circulación física del planeta; características biofísicas de la tierra que contribuyen a su capacidad de autorregulación; características asociadas al cambio global antropogénico (Rockström. et al, 2009: 33). El cambio climático; el agotamiento del ozono estratosférico; la pérdida de biodiversidad; la contaminación química y entidades nuevas; la acidificación de los océanos; el ciclo hidrológico global y el uso de agua dulce; los cambios en el uso del suelo, los flujos de fósforo y nitrógeno; la carga de aerosoles atmosféricos, son los 9 límites que, de sobrepasarlos -y lo estamos haciendo- modificarían las condiciones de habitabilidad de la vida, condiciones que el planeta ha tenido durante los últimos 10.000 años.

 

Aun cuando estos reconocimientos hagan parte de lo ecológico y de lo ambiental, al menos tres posicionamientos horadan en su separación. Para el pensar ecológico la especie humana no es excepcional-superior en ningún sentido, incluido -claro está- el hecho de considerar que podemos ser los salvadores de una tierra dañada. El pensar ecológico no niega que haya diferencias entre las manifestaciones de la vida, afirma que es errada la consideración excepcionalista. No somos superiores ni mejores, no somos el pináculo de la evolución, no somos ni estamos en el centro.

 

Una de las preguntas más llamativas en torno al excepcionalismo humano es la siguiente: ¿qué nos diferencia de los otros animales? Y las respuestas han sido múltiples: la capacidad de abstracción, el lenguaje articulado, el genocidio, el arte o su apreciación, etc. En primer lugar, el sesgo de la pregunta, es decir, el hecho de que solo se establezca la diferencia entre el reino animalia es ya bastante reduccionista, aunque permite evidenciar consideraciones antiguas, por ejemplo, la incapacidad de movimiento de las plantas, como si nuestra incapacidad de percepción de su movimiento definiera sus rasgos. En segundo lugar, la asunción de la diferencia como jerarquía obtura las posibilidades de conocer a lo no-humano. Nuevas investigaciones en comportamiento e inteligencia animal, vegetal y fungi permiten considerar al antropocentrismo como una más de las ficciones humanas modernas. Lo superlativamente humano no es real; en cambio, y como lo expresa Jeremy Narby (2023), “quien carece de la suficiente inteligencia no es la naturaleza sino los investigadores que la estudian” (85). Evidentemente, lo que se plantea es la posibilidad de nuevas investigaciones que permitan desplazar los sesgos y los prejuicios antropocéntricos propios del mundo occidental (y occidentalizado).

 

El fenómeno vida es un todo interrelacionado, una comunidad ampliada de holobiontes, de reinos que se entretejen y se interfieren, que afectan y son afectados por los vínculos físico-geoquímicos de Gaia, lo que pone a la especie humana como una más entre las demás. Ahora bien, y he aquí el segundo posicionamiento, comprender tal fenómeno implica conocer y dar lugar, prestar atención, a los saberes relativos a la Tierra, incluidas las ciencias, y otros modos no occidentales de registrar la Vida, los lazos desde donde se despliegan sus posibilidades y sus desenlaces posibles. Por tanto, el pensar ecológico asume, sin inocencia, la necesidad del conocimiento de las ciencias naturales. No es, pues, anticientífico. En cambio, indaga sus teorías, refutaciones, debates e, incluso, sus marcas de época: señala -no puede ser de otra manera- sus sesgos colonialistas, patriarcales y modernos, y remarca, también, sus brillantes hallazgos teóricos: los grandes botánicos, la magnífica ruptura provocada por C. Darwin, el legado de Lynn Margulis y de James Lovelock, las provocaciones de Donna Haraway y Vinciane Despret, etc., plantean una convergencia valiosísima entre las ciencias naturales no hegemónicas, las reflexiones situadas y el alejamiento de posicionamientos antropocéntricos.

 

El pensar ecológico asume, también sin inocencia, la necesidad del conocimiento de las ciencias sociales. Analiza, investiga, refuta y se preocupa por cada una de las tremendas ausencias que, respecto al fenómeno Vida, tienen tanto la disciplina histórica como la sociológica, las cuales -salvo bellísimas excepciones (Dipesh Chakrabarty y Bruno Latour, por ejemplo)- suponen a los humanos situados en el vacío, solamente humanizados e historizados en sus relaciones puramente humanas, considerando -las más de las veces- a la ecología como ideología y a la ideología como propaganda acrítica. En cambio, a través de la etnografía, algunas antropologías han presentado vínculos entre humanos y no humanos que sostienen las dinámicas vitales de determinades comunidades ecológicas y, de esta manera, han allanado el camino a la horizontalidad gaiana, ampliando el espectro de lo que ha sido invisibilizado. Desde Val Plumwood, Philippe Descola y Arturo Escobar, hasta Natassja Martin, Viveiros de Castro, Eduardo Kohn y Marisol de la Cadena, las preguntas por lo no humano y por ontologías otras han permitido correr las fronteras reduccionistas de la comprensión de la vida en la tierra.

 

Respecto a los conocimientos no occidentales, y justamente como resultado de las indagaciones de la antropología, el pensar ecológico asume la importancia de las ontologías no modernas, así como de las filosofías que se encuentran por fuera del canon universalista, dualista y excepcionalista: el posthumanismo, el postnaturalismo y el perspectivismo, son grandes ejemplos. Frente al colapso de sentido, relacionado con la insuficiencia de las ontologías occidentales humanistas, toman protagonismo otros modos en los que el existente humano se explica a sí mismo y a sus relaciones situadas con lo otro no humano en la trama de la Vida. Ya sea a través de “traducciones” o de “pistas”, el rastro de otras ontologías permite la apertura de concepciones, vínculos y relaciones otras, no antropocéntricas, no dualistas, no jerárquicas, no progresivistas, no humanistas. El pensar ecológico ahonda, por tanto, en la comprensión gaiana de que habitamos un solo planeta (con sus límites y finitudes) y distintos mundos (con sus diversos vínculos), los cuales están en un conflicto.

 

El tercer posicionamiento es el siguiente: el pensar ecológico asume las huellas antropogénicas, indaga los presentes multiespecie invisibilizados o desconocidos y abre la pregunta por un futuro desprovisto de intencionalidades utópicas y de milagros salvíficos. No pretende soluciones tecnoentusiastas. No procura la huida ni la fuga. No instala versiones apocalípticas de un futuro distópico, aunque le parezcan más probables, incluso entrópicamente hablando. No predica sustentabilidades ni sostenibilidades ni ninguna otra hipocresía del mercado o del Estado. Está atento, como diría Anna Tsing en el subtítulo de su libro (2021), a “la posibilidad de la vida en las ruinas del capitalismo”. ¿Por qué este último posicionamiento se aleja de la perspectiva ambiental? Porque se aparta de la consideración del posible hallazgo de soluciones al colapso planetario en curso, sean de índole jurídica, totalitaria o comunitaria; porque no le confiere a lo humano el título de redentor ni de salvador; porque, finalmente, considera que tendremos que aprender a vivir en la tierra, no en la idea que tenemos de ella.

  

STOP GENOCIDE IN GAZA

 


 

 

 Bibliografía referenciada

 

Narby, J. (2023) El misterio último. En busca de la inteligencia de la naturaleza guiado por científicos y chamanes. España: errata naturae.

 

Latour, B. (2017).  Cara a cara con el planeta. Una nueva mirada sobre el cambio climático alejada de las posiciones apocalípticas. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

 

Rockström, J. et al. (2009). Planetary Boundaries: Exploring the Safe Operating Space for Humanity. Ecology and Society 14(2): 32. [online] URL: http://www. ecologyandsociety.org/vol14/iss2/art32/ 

 

Tsing, A. (2021). La seta del fin del mundo. Sobre la posibilidad de vida en las ruinas capitalistas. Madrid: Capitán Swing libros. 

 


 

Para citar esta editorial: Agudelo-Sepúlveda, N. (2022). Editorial. El pensar ecológico: primer acercamiento. Revista Luna Azul, 55, 1-4 DOI: 10.17151/luaz.2022.55.1

 


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