DE LAS TERRITORIALIDADES URBANO-RURALES A LAS TRANSFORMACIONES DEL PAISAJE: UN ESTUDIO DE CASO EN LA VEREDA LA REQUILINA, LOCALIDAD DE USME, SUR DE LA CIUDAD DE BOGOTÁ (COLOMBIA), 1985 - 2016
Manuel Enrique Pérez Martínez1 Edna Jessenia Villamil Ruiz2
Recibido el 19 de enero de 2017, aprobado el 16 de noviembre de 2017, actualizado el 22 de diciembre de 2017
DOI: 10.17151/luaz.2018.46.15
RESUMEN
El artículo analiza cómo se reconfigura la estructura ecológica del paisaje, a partir de la yuxtaposición de territorialidades urbano-rurales que se reproducen en la periferia de una ciudad. El estudio toma como caso la vereda La Requilina, situada en la Localidad de Usme, al sur de la ciudad de Bogotá (Colombia). La investigación se llevó a cabo mediante el procesamiento de imágenes satelitales, se examinaron las transformaciones en las coberturas del suelo en tres periodos de tiempo –1985, 2000 y 2016–, resultados corroborados mediante una exploración in situ que indagó por medio de entrevistas, talleres de cartografía social y observación participante, los cambios producidos en el paisaje, como consecuencia de la variabilidad de la propiedad de la tierra, las fuentes de empleo, las prácticas productivas y las relaciones sociales entre sus habitantes. Demuestra que la fragmentación del paisaje, en tanto sus atributos naturales y de los sistemas de producción de la pequeña agricultura, se encuentran profundamente amenazados, como consecuencia del acceso, uso, transformación y control del suelo y sus recursos naturales, ahora altamente utilizados por los flujos del capital urbano-industrial. Si bien hay significativas transformaciones, se concluye cómo prevalece un esfuerzo de acción colectiva en el que persiste la necesidad de que estos lugares sean valorados y protegidos por parte del gobierno de la ciudad, como territorios susceptibles de planeación y ordenación territorial, en función de los servicios ambientales que aportan, sus ofertas alimentarias, la preservación de los medios de vida rural, y de su extensa conexión, con el medio urbano que los circunda.
PALABRAS CLAVE: Transformaciones del paisaje, territorialidades urbano-rurales, pequeña agricultura, cambios en medios de vida rural.
FROM THE URBAN-RURAL TERRITORIALITIES TO THE TRANSFORMATIONS OF THE LANDSCAPE: A CASE STUDY IN LA REQUILINA VILLAGE, THE TOWN OF USME, SOUTH OF THE CITY OF BOGOTÁ (COLOMBIA), 1985 – 2016
ABSTRACT
The article analyzes how the ecological structure of the landscape is configured from the juxtaposition of rural-urban territorialities that reproduce in the periphery of a city. The study takes as case La Requilina village, located in the town of Usme, south of the city of Bogota (Colombia). The research was carried out through the processing of satellite images and the transformations in the coverage of the soil was examined in three periods of time 1985, 2000 and 2016. The results were corroborated by an in-situ exploration that investigated through interviews, social cartography and participant observation, the changes produced in the landscape as a consequence of the variability of land ownership, sources of employment, productive practices and social relations among its inhabitants. It shows that the fragmentation of the landscape, related to its natural attributes and the production systems of small-scale agriculture, are deeply threatened as a result of access, use, transformation and control of the soil and its natural resources, nowadays highly utilized by the flows of urban industrial capital. Although there are significant transformations, it is concluded that a collective action effort prevails in which the need exists for these places to be valued and protected by the city government as territories susceptible for planning and territorial organization, dependent on the environmental services they provide, their food offerings, the preservation of rural livelihoods, and their extensive connection with the urban environment that surrounds them.
KEY WORDS: Landscape transformations, urban-rural territories, small agriculture, changes in rural livelihoods.
INTRODUCCIÓN
Esta investigación reconoce, a partir de la geografía de Milton Santos (1996), la distinción de dos circuitos de circulación productiva, mediante lo cual el discurso económico global reproduce la tensión entre los espacios urbanos y rurales. Los primeros se caracterizan por flujos superiores de producción industrial, es decir, elevados niveles de tecnología y manipulación de grandes volúmenes de bienes, trabajo intensivo y localmente adaptado, además de formalizarse por medio de beneficios directos e indirectos de instancias gubernamentales. Los segundos son producto de flujos inferiores de producción agrícola-rural, constituidos a partir de bajos niveles de tecnología y trabajo, reutilización de bienes de consumo, orientados en asegurar la sobrevivencia de la vida familiar y generalmente sin apoyo del gobierno. Su reproducción se da especialmente a través de redes de informalidad.
A partir de la geografía política de Claude Raffestin, el surgimiento de este tipo de espacios, tienen de común, si bien existen grados diferenciales en su desarrollo, que se reproducen y representan esencialmente mediante redes de relaciones, a lo cual denominamos territorialidades, donde los recursos ya no son ‘naturales’ sino ‘producidos’ por una diversidad de intereses y comportamientos de agentes sociales que los disputan y pretenden su control (2011).
Esta dinámica promueve simetrías o asimetrías del poder, o en nuestros términos, la configuración de procesos de territorialización, que en su ejecución revelan lugares que se definen a partir de aquella red de relaciones. Su demarcación no es un asunto meramente físico, tangible o material, no se da por imposición necesaria de una constitución normativa, se dispone desde el lugar mismo en que los agentes sociales se insertan en una relación de comunicación. Si no lo hicieran, la acción se disolvería pura y simplemente (Raffestin, 2011, p. 108).
En este orden de ideas y desde la geografía social de Guy Di Méo, es notable cómo estas significaciones se hacen sistémicas, por ejemplo, los paisajes de la biosfera entrecruzan relaciones sociales y espaciales, evocan la pertenencia y la identidad colectiva, desde lo cual se garantiza una distribución y control del espacio con lo cual se asegura la reproducción de los grupos que lo ocupan. Esto da paso a formas de ordenamiento de territorial que definen límites que buscan involucrar su materialidad (rastros de cómo el paisaje registra la acción humana), la psique individual (relación pre-social de los hombres con la tierra) y las representaciones colectivas (campo de acción de las expresiones políticas y culturales) (2001).
Las consideraciones descritas nos permiten suponer que las actuales condiciones del desarrollo económico global estarían reproduciendo nuevas territorialidades que transforman el paisaje en las periferias de las ciudades, esto a consecuencia de la contraposición de los flujos productivos, tanto de la pequeña agricultura, como de las formas de explotación de recursos para los beneficios de la expansión urbana.
Estudios recientes han confirmado que la agricultura urbana y periurbana está muy difundida en América Latina y el Caribe. Se practica, por ejemplo, en un 40% de los hogares de Cuba y en el 20% de los de Guatemala y Santa Lucía. En las principales ciudades y municipios del Estado Plurinacional de Bolivia, 50.000 familias son productoras de alimentos. En Bogotá́, 8.500 familias producen alimentos para consumo doméstico. En Haití́, 25.500 familias cultivan 260 ha de tierra en Puerto Príncipe y sus alrededores (FAO, 2014). El principal reto que afrontan los agricultores es la falta de espacio, la mala calidad de los suelos, el estar ubicados en zonas que colindan con la disposición de residuos solidos y de explotación de recursos mineros, asunto que limita la fiabilidad en el suministro y calidad del agua (Pérez, Vargas et al., 2011).
Aquellas territorialidades se estarían configurando a partir de la imposición urbana sobre la rural, anegada en una diversidad de procesos de negociación, subordinación y conflictos que manifiestan un sinnúmero de cambios que se expresan mediante la creación de nuevas estrategias de reproducción por parte de las unidades domésticas de producción agrícola, como de sus formas asociativas y organizacionales. Además, por el incremento migratorio, el acceso a nuevos mercados, los servicios ambientales, el auge y protagonismo de la mujer y la juventud rural y la pluriactividad en el campo (Collins y Quark, 2006; Lugo-Morin, Iglesias-Piña, 2005; Murdoch, 2000 y Van der Ploeg, 2011).
Interpretar cómo aquellas territorialidades urbano-rurales inciden en las transformaciones del paisaje en las periferias de las ciudades, abre la necesidad de discernir sobre la reproducción de sistemas socio-geo-históricos vinculantes de las relaciones urbano-rurales. En otras palabras, proponemos el estudio de un “fenómeno socio espacial auto-contenido”, desde el cual se representan acontecimientos previos de emergencia “de abajo hacia arriba” y que localizados en los bordes de las ciudades, se pliegan como líneas de delimitación, a consecuencia de redes de interacción que distribuyen acciones e información de un lugar a otro, y que como vectores, sin una instancia programadora central, terminan dando origen a “[…] una extensa conectividad de fuerzas locales que son las que finalmente determinan su existencia” (Sassen, 2007, p. 260).
En definitiva, a estos espacios urbano-rurales yuxtapuestos, se les puede reconocer como sintaxis de “territorios o ámbitos simbióticos”, donde se expresan situaciones o actividades inherentes a lo urbano y a lo rural, en un marco de implicaciones físicas que fragmentan y recrean formas del paisaje, dentro del cual aquel vínculo se materializa (Ávila, 2005; Benedetti, 2011; Ballén, 2014; Pérez, 2016).
En este orden de ideas, aquellos paisajes que vinculan los espacios urbanos y rurales, se convierten en la evidencia socio espacial de configuraciones y morfologías construidas como creaciones socio-geo-históricas de las cuales hacen parte elementos físico-naturales, convirtiéndose en “una manifestación de la expresión y testimonio sustancial y esencial de un territorio vivo; la memoria del tránsito de generaciones anteriores y la huella del modo de vida y de las tradiciones artesanales, agrarias e industriales transmitidas” (Karrera, 2005, p. 4).
Ahora bien, el reto mayor que se presenta en este tipo de estudios es su abordaje metodológico. Las investigaciones sobre los vínculos urbano-rurales han estado centradas en la aplicación de herramientas cuantitativas, orientadas a la comprensión funcional de factores demográficos y de conectividad productiva, o en el extremo, a la comprobación de los cambios en la morfología del suelo, a partir de la perspectiva de la ecología del paisaje (Pérez, 2016; Vila, Varga, Llausàs y Ribas, 2006).
Si consideramos que el campo de la ecología del paisaje se orienta al estudio de la complejidad de las relaciones entre comunidades de seres vivos y sus condiciones ambientales, además de sus aportes en el entendimiento sobre la fragmentación de hábitats y a la conservación de la biodiversidad (Vilá, Varga, Llausàs y Ribas, 2006). Su abordaje analitico exige un carácter transdisciplinar, en tanto la confluencia de aspectos ecológicos, geográficos y sociológicos, visión holística de la realidad que intenta integrar al máximo los cambios en la variabilidad espacial, escalar y temporal que requieren este tipo de estudios. El paisaje en este enfoque se concibe como “una unidad espacio-temporal integrada, cuya expresión morfológica y funcional se debe fundamentalmente a las relaciones que se dan entre sus componentes, y no a la suma de las cualidades de estos” (Etter, 1990,. p. 7).
Aquí el elemento base de interpretación es el concepto de mosaico, el cual incluye un conjunto de factores integradores: en su orden: i) los fragmentos, diferentes unidades morfológicas que se pueden diferenciar en el territorio; ii) los corredores, o conexiones existentes entre unos fragmentos y otros; y iii) la matriz que corresponde al complejo formado por fragmentos y corredores. Una correcta interpretación de la matriz requiere de la determinación del elemento dominante, a aquel componente que una mayor superficie y posee altos grados de conectividad que definen las dinámicas del paisaje (Field, 2003).
Los cambios en las coberturas de la tierra asociadas a dinámicas de uso del paisaje son considerados uno de los motores de pérdida más importantes para la biodiversidad, y del cambio ambiental en la actualidad. La expansión de las actividades humanas asociadas al crecimiento poblacional para proveer bienes y servicios, ha intensificado el uso y cambio de paisajes naturales. Estos procesos socio-ecológicos complejos han repercutido en alteraciones de los sistemas terrestres y acuáticos en altas magnitudes, intensidades y escalas, especialmente sobre la composición y las dinámicas de múltiples ecosistemas. Los patrones, procesos, tasas de cambio y trayectorias de los ecosistemas son determinados específicamente por la interacción del componente biofísico (p. ej. la pendiente, clima o suelo) y los factores socioeconómicos, tales como las instituciones sociales o los tipos de tenencia y uso de la tierra (Southworth & Tucker, 2001; Lambin et al., 2001; Millennium Ecosystem Assessment, 2005; Zalasiewicz et al., 2010; Etter et al., 2011; Aide et al., 2012).
En esta perspectiva las transformaciones del paisaje son el resultado de la interacción de los seres humanos con el espacio que habitan; interacción que se esculpe continuamente sobre un lugar con unas características biofísicas particulares. Aunque el paisaje siempre está en proceso de transformación, ciertos eventos aceleran sus cambios y le imprimen huellas más profundas. Una investigación de este tipo debe por tanto integrar el estudio biofísico del paisaje y apoyarse en un análisis constructivista (Barrera, 2013). Es decir, explorando además el sentido y la existencia práctica de agentes sociales concretos, de su cotidianeidad, de cómo éstos son capaces de interpretar, mediante su discursividad, el pensamiento de sus propias circunstancias, aunque no sea teórico, ni ideológico, ni nunca se llegue a transformar nada (Zemelman, 2005).
Si bien los conceptos referidos a la territorialidad de los vínculos urbano-rurales y la ecología del paisaje podrían no tener algún tipo de correlación interpretativa, desde una perspectiva transdisciplinar, este estudio los asume como íntimamente relacionados, partiendo de la premisa en la cual el acceso, uso, transformación y control que se le dé a determinada porción del suelo, va a determinar la cobertura y el tipo de relaciones sociales que allí se conserven o establezcan (Goldewijk & Ramankutty, 2004).
Al entender la diversidad de elementos y procesos que confluyen en dicha correlación, este estudio parte de los principios del análisis de la ecología del paisaje como campo de estudio y se sirve de postulados teóricos que revelan el efecto multivariable de las dinámicas sociales sobre los componentes ecosistémicos.
Esta diversidad de aportes y de su combinación en cuanto al método utilizado, hace posible un acercamiento a la problematización y síntesis de un objeto de estudio que busca responder a cómo emergen nuevas territorialidades producto de las transformaciones espaciales, escalares y temporales en espacios que yuxtaponen relaciones urbano-rurales, que subyacen a las tendencias plenas del proceso de urbanización (Vilá et al., 2006; Durán, Galicia, Pérez y Zambrano, 2002; Pérez, 2016).
La zona de estudio
La localidad 5 de Usme se localiza al suroriente de Bogotá y hace parte de la cuenca media del río Tunjuelo. Cuenta con una extensión de 21.506,64 ha, de las cuales 18.483,83 corresponden al área rural. El área de estudio se ubica en la unidad de planeación zonal (UPZ) 61 –Ciudad Usme–, comprende el barrio Nuevo Usme, Usme pueblo y la vereda La Requilina (Figura 1).
Figura 1. Fuente: Los Autores.
La localidad de Usme posee una extensión de 21.506 ha, de esta área 2.104 están urbanizadas, 18.500 corresponden a suelo rural y tiene un potencial de zona de expansión de 902 ha. Vale la pena subrayar que este suelo se va a destinar a usos urbanos, de allí la vulnerabilidad de la producción agrícola o de otro tipo de usos no urbanos sobre ese sector de la ciudad (Secretaría Distrital de Planeación de Bogotá, 2017).
Limita al norte con el predio de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, EAAB, futuro tanque Piedra Herrada, la quebrada El Piojo y la autopista al Llano, al oriente con el perímetro del suelo de expansión urbana, al sur con el camino de La Horqueta y al occidente con el río Tunjuelito (Alcaldía Mayor de Bogotá, 2010).
La vereda La Requilina se ubica al occidente de la UPZ 61 Ciudad Usme. Posee un área total de 148,78 ha, representando el 0,80% del suelo rural de la localidad. Limita al norte y oriente con Usme Centro, al occidente con la vereda El Uval, al suroriente con la vereda Corinto Cerro Redondo, y al oriente con el municipio de Chipaque (Secretaría Distrital de Planeación et al., 2010).
Esta zona es considerada un área de transición entre el suelo urbano y rural de la localidad, y el área rural específicamente de transición al ecosistema de páramo ubicado en la localidad del Sumapaz. Ello la caracteriza como un importante espacio de producción de agua y alimentos para la ciudad, así como un reservorio de diversidad y recursos naturales.
Esta es una de las razones por las que se considera a Usme como un territorio potencial de desarrollo sustentable. No obstante, a pesar de estar su suelo declarado de protección, según el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) de Bogotá, éste se ha visto deteriorado por el uso de agroquímicos, la inapropiada disposición de residuos, que genera a su vez contaminación de fuentes hídricas y explotación de minería de grava y arena para la construcción de vivienda.
La planificación territorial no concertada de la ciudad, amparada legalmente en la implementación del POT, contribuye a dicho deterioro, a la vez que mantiene la segregación socioespacial y estigmatización hacia sus pobladores por localizarse en una zona de alta marginalidad y pobreza (Alcaldía Mayor de Bogotá, 2010).
En el área de estudio existe una zona forestal protegida de orden distrital (Decreto 190 de 2004), denominada Corredor de Restauración La Requilina, con un área de 101 ha (Mesa Interlocal de la Cuenca del Río Salitre, 2008). Como es propio de esta categoría, corresponde a un espacio geográfico de valor estratégico para la regulación hídrica, la prevención de riesgos naturales y la conservación paisajística, a la vez que proporciona conectividad ecosistémica. Se busca en esta área recuperar o mantener la vegetación nativa, por lo que las directrices de manejo son principalmente la restauración y preservación de la cobertura vegetal, junto con el aprovechamiento de las plantaciones forestales que se establezcan allí (Secretaría Distrital de Ambiente, s.f.).
La zona es además crucial en la regulación ecológica de la sabana de Bogotá, y conservación de la biodiversidad propia de los ecosistemas de bosque alto andino, subpáramo y páramo (Secretaría Distrital de Planeación et al., 2010). Esta riqueza se ve amenazada principalmente por la expansión urbana, en especial por la proyección de construcción de vivienda de interés social, contemplada en la Operación Estratégica Nuevo Usme (Maldonado & Smolka, 2003; Trujillo, 2013), aun cuando esta integra también áreas de conservación y corredores ecológicos (Decreto 252, 2007).
La construcción de proyectos inmobiliarios se vio restringida a partir del año 2008 debido al hallazgo arqueológico (cementerio muisca), lo cual produjo para 2014, la declaración en esta zona como Área de Reserva Arqueológica de Bogotá: Hacienda El Carmen (Alcaldía Mayor de Bogotá, 2014; ICANH, 2014). Dicha situación, junto con la orientación de crecimiento vertical de la ciudad, promovida por el gobierno distrital, ha contenido hasta la fecha la expansión del perímetro urbano, hacia el sector rural de la localidad de Usme.
No obstante, el actual gobierno de la ciudad, “Bogotá Mejor Para Todos”, propone el impulso de la construcción, de subsidios para vivienda, y principalmente acceder a tierras destinadas para la urbanización (Peñalosa, 2015), ubicadas en las áreas definidas por el POT como áreas de expansión urbana, las cuales se ubican en las periferias de la ciudad, y en especial hacia la localidad de Usme (Alcaldía Mayor de Bogotá, 2010).
En esta zona convergen actividades agrícolas, sin embargo, una gran parte del área se proyecta para construcción de vivienda, específicamente de vivienda de interés social dados los bajos costos del suelo. Según la Secretaría Distrital de Planeación de la ciudad, se estima ocupar en el Plan de Ordenamiento Zonal de la Localidad de Usme, 600 ha con 50.000 viviendas (2017, p. 38); lo cual garantiza no sólo reducir el costo de la vivienda, sino también captar dinero producto de la plusvalía generada a partir del cambio del uso del suelo (de rural a urbano), facilitando la financiación de obras urbanísticas en el sur de la ciudad (Beuf & García, 2015; Jaramillo, 1994).
METODOLOGÍA
La primera fase del estudio consultó e interpretó material cartográfico, imágenes de satélite y aerofotografías en tres ventanas de tiempo (1985, 2000 y 2016), para construir un mapa base del área de estudio y contrastar los cambios con las coberturas actuales del suelo.
En un segundo momento se llevó a cabo la etapa de campo. Esta se dividió en cuatro actividades: i) realización de doce entrevistas semi-estructuradas a habitantes de la zona, entre los que se encontraban trabajadores agrícolas, comerciantes de la zona urbana, integrantes de la Junta de Acción Comunal de Usme, miembros del Concejo de Planeación Local, amas de casa y gestores locales; ii) recorrido de validación de datos cartográficos sobre coberturas presentes; iii) realización de un taller con 14 mujeres de edades que oscilaban entre los 20 a 60 años, esto gracias a un espacio otorgado en el Centro de Desarrollo Infantil del barrio La María. En este taller se realizó un ejercicio de cartografía social e histórica, a fin de corroborar participativamente las transformaciones del paisaje.
La tercera fase consistió en la sistematización y análisis de la información recolectada en campo. Se llevó a cabo mediante digitalización de la cartografía, aplicando el programa ArcMap de ArcGIS, a fin de delimitar polígonos por cobertura, dando tratamiento a la base de clasificación de Corine Land Cover, con una adaptación propia para el mapa de coberturas actuales (Escobar et al., 2014; Allan, 2003). Se transcribieron las entrevistas y, aplicando los postulados de la triangulación de datos para análisis de información cualitativa (Bautista, 2011; Okuda & Gómez, 2005), se construyó una matriz de doble entrada en la cual se ubicaron las categorías principales que fueron confirmadas por los habitantes del sector y en relación con las marcas temporales del estudio, además de las narraciones ofrecidas por los entrevistados sobre los procesos de territorialidad y territorialización que han hecho converger a las relaciones urbano-rurales en la zona de estudio.
RESULTADOS Y DISCUSIÓN
La exposición de resultados se organiza a continuación, a través de los tres periódos de tiempo analizados (1985, 2000 y 2016), para cada momento se presenta un mapa que corresponde a las coberturas existentes y se interpreta en contraste con el marco conceptual, así como con los testimonios de los pobladores desde donde se describen las dinámicas territoriales producto del relacionamiento urbano-rural que se presenta en la zona de estudios.
Paisaje y dinámicas territoriales a mitad de los años 80: De caudales, vegetación nativa y pequeña agricultura.
Para este periodo, en la Figura 2 se identifica la matriz por cobertura de mosaico de pastos y cultivos, la cual cubre un área de 2.393.097 m2, y corresponde al 89,41% del total del área. La segunda cobertura de mayor área corresponde a las zonas urbanizadas, con un área de 141.987 m2, que representa un 5,3 % del total. La tercera cobertura corresponde a bosque fragmentado, con una extensión de 95.817 m2, y representa un 3,58% del total. La cuarta cobertura corresponde a la red vial, ferroviaria y terrenos asociados, con un área de 33.039 m2, representando un 1,23% del total. Finalmente, encontramos la zona de extracción minera, con una superficie de 8.397 m2, que representa un 0,31% de la extensión total, y el cementerio con 4.328 m2, el cual representa un porcentaje del 0,16% del total.
Figura 2. Mapa de coberturas de 1985. Fuente: Los Autores.
Como se puede observar, se distingue una matriz predominante de pastos y cultivos, con algunos elementos lineales que corresponden a las vías, las quebradas y bosques riparios. En la cobertura de zonas urbanizadas se ven algunos elementos no lineales, aunque el mayor desarrollo se da alrededor de la vía, en lo que corresponde al pueblo de Usme. Se evidencia en esta disposición de coberturas, siguiendo los planteamientos de Forman (1995), un paisaje relativamente homogéneo que se combina con otros elementos lineales que se refieren a corredores dentro del paisaje, como vías, quebradas, y bosques riparios, los cuales ofrecen conectividad entre áreas distantes. Los parches identificados son básicamente de zonas urbanizadas, conectadas en su mayoría por la red vial. También se pueden observar como parches, relictos de bosque fragmentado y la zona de extracción minera.
El territorio se caracterizaba por tener varias quebradas, las cuales tenían un caudal alto y el agua era de muy buena calidad. Lo mismo ocurría con el río Tunjuelo, el cual también poseía un importante caudal, su agua era potable e incluso existían actividades de pesca.
Estas características permitían el establecimiento de una flora y fauna característica de la región. La vegetación nativa estaba asociada a la ronda de las quebradas y el río, reconociendo principalmente los sauces (Salix), alisos (Alnus glutinosa) y salvios (Salvia officinalis). Otra vegetación reconocida por los habitantes es aquella propia del páramo y sub-páramo, entre la cual se encuentran las uvas camaroneras (Pourouma cecropiifolia), musgos (Bryophyta) y líquenes, entre otros.
Respecto a la fauna, eran reconocidas por la población rural aves de tierra fría y que hoy en día se ha reducido su avistamiento; estas son principalmente la mirla (Turdus merula), el pichón (Columba livia), cardenal (Cardinalis cardinalis), y especies de patos (Anatidae). En cuanto a mamíferos, los más representativos eran los conejos silvestres (Oryctolagus cuniculus), el fara (Didelphis marsupialis) y la comadreja (Mustela nivalis).
Los suelos no estaban contaminados y eran altamente productivos. El hecho de que se conocieran las temporadas de lluvia hacía innecesarios los sistemas de riego, ya que se acoplaba la siembra a dichas temporadas, lo que a su vez reducía los gastos y aumentaba la productividad de la siembra. No obstante, existía la dificultad de sacar los productos de la región, por el mal estado de las vías de acceso terrrestre.
Las principales actividades productivas eran la ganadería y la agricultura, predominando el cultivo de trigo (Triticum), cebada (Hordeum vulgare) (que se vendía a la Cervecería Bavaria), papa (Solanum tuberosum), alverja (Pisum sativum) y maíz (Zea mays).
Respecto a las técnicas de producción, lo más representativo era el uso de bueyes (la yunta) para arar la tierra. La alverja (Pisum sativum) no se colgaba, sino que crecía y se recogía en tierra. Eran pocos los sistemas de riego que existían, como se dijo, pues se sembraba respecto a las temporadas de lluvia. No obstante, cuando se requería de agua adicional, había facilidad en su acceso, por la constante y abundante presencia del recurso en las quebradas.
Respecto a la propiedad de la tierra, lo que predominaba eran fincas de grandes extensiones que pertenecían a familias residentes del sector. Los hombres sembraban y las mujeres se dedicaban a labores domésticas, entre estas principalmente cocinar a los obreros que se contraban para la siembra o recolectores de cosecha; en general, toda la actividad de las familias giraba en torno a la siembra de cultivos.
El paisaje y las dinámicas territoriales a comienzos del siglo XXI: De la praderización, la fragmentación del bosque y los flujos migratorios, a las apuestas comunitarias de preservación de la vida entre el campo y la ciudad.
Iniciado el siglo XXI, se puede verificar, según la información que ilustra la Figura 3, el constante patrón de mosaico de pastos y cultivos con un área de 2.106.469 m2, representando un porcentaje del 78,7% del total. La siguiente cobertura con un aumento de superficie han sido las zonas urbanizadas con 281.264 m2, para un porcentaje del 10,51%.
La tercera cobertura de mayor extensión es el bosque fragmentado con 216.568 m2 el cual representa el 8,09% del total. Seguidamente, se encuentra la zona de extracción minera con una franja de 34.979 m2 que corresponde al 1,31% del total. La penúltima cobertura corresponde a red vial, ferroviaria y terrenos asociados, con 33.057 m2, que representa el 1,24% del total. Y finalmente, la que se ha denominado zonas verdes urbanas, que corresponde al cementerio, con un área de 4.328 m2, para un porcentaje de 0,16% del total.
Figura 3. Mapa de coberturas año 2000. Fuente: Los Autores.
Este mapa evidencia que el paisaje tiene una configuración morfológica similar al de 1985, pues hay supremacía de la misma cobertura (mosaico de pastos y cultivos), lo cual constituye la matriz al ser una cobertura continua y dominante (Forman, 1995), pues abarca el 78,7% del área total.
Respecto a las demás coberturas, el comportamiento es similar, hay elementos lineales que fungen como corredores, vías, quebradas y bosques riparios. Respecto a los elementos no lineales y que se diferencian respecto a la matriz, según Forman (1995), los parches siguen existiendo y corresponden a fragmentos de bosque, a pequeñas zonas urbanizadas y el parche relacionado con la explotación minera de materiales para la construcción.
Los principales cambios observados entre las coberturas de 1985 y el 2000, se evidencian en las zonas urbanizadas y el bosque fragmentado. Respecto a la primera, se puede apreciar un aumento en el número de parches, como lo son algunos a lo largo de la vía, y otros al sureste de la misma, es decir, en la vereda La Requilina. Estos corresponden a nuevos conjuntos residenciales, autoconstruidos durante ese periodo, como los barrios La María y El Oasis (el primero en las coordenadas 86.200/94.400, y el segundo en las coordenadas 87.000/84.900 del mapa). El incremento de zonas urbanizadas en 1985 correspondía al 5,3%, y en el 2000 aumentó al 10,51%.
La cobertura de bosque fragmentado tiene un comportamiento particular entre 1985 y 2000, pues en el primer año registró un área correspondiente al 3,58% del total, presentando un incremento al 8,09% para el 2000. Al observar ambos mapas, se reconocen dos parches importantes de bosque ubicados al sureste del área de estudio y que aparecen en el mapa de coberturas de 1985, son dos áreas que por su extensión, participan fuertemente en la variación de la franja de bosque fragmentado entre un año y otro. Esto puede ser un fenómeno ocurrido en la realidad, aunque es poco frecuente que paisajes con un intenso uso del suelo, las coberturas boscosas aumenten en el tiempo; la tendencia es a disminuir (Turner et al., 2001). Esta idea se discutirá más adelante, al contrastarla con la información aportada por los habitantes locales frente a fenómenos que vinculen vegetación boscosa.
En los mapas se manifiesta otro fenómeno interesante respecto a la cobertura de bosque fragmentado, y es que a pesar del aumento en área de la cobertura de 1985 a 2000, la vegetación riparia pareciera tener un comportamiento contrario. Si se comparan las cartografías, se puede detectar que los bosques asociados a cuerpos de agua (bosques riparios), presentan una morfología lineal continua en el 1985, característica que ya no se observa en 2000. Ello evidencia un proceso de fragmentación de los corredores boscosos, fenómeno morfológico que tiene repercusiones en la función del paisaje, esencialmente porque se pierde conectividad (Turner et al., 2001). Además de esto, se puede ver la eliminación de algunos pequeños parches de bosque remanente.
Según la información aportada por los habitantes de la zona, se observaron transformaciones en las quebradas para el 2000. Muchas redujeron su caudal y algunas pocas a niveles críticos; las que se mantenían, empezaron a contaminarse por el uso de agroquímicos y las malas conexiones de aguas residuales domésticas, pues se construyeron viviendas cercanas a ellas.
Los relatos suministrados en el trabajo de campo sustentan la información aportada por los mapas, en tanto que sí fue evidente un proceso de deforestación, principalmente en la vegetación riparia. Además, introduce un elemento que es notorio en el cambio de coberturas, la extracción minera aumenta de un 0,31% a un 1,31% en área, lo que terminó por afectar la calidad y cantidad del agua en las quebradas.
Los habitantes de la zona critican el hecho de que en plena zona colindante con el ecosistema páramo y reserva forestal, las actividades mineras produzcan condiciones de riesgo de deslizamiento de tierra, y se amanece a áreas contiguas que están habitadas. Estas formas de explotación se han mantenido en la ilegalidad y proceden de forma anti técnica al desprender rocas de al menos cuatro toneladas de peso.
A pesar de estos primeros impactos vistos en las fuentes de agua, los relatos confirman que aún se podían visualizar quebradas limpias y con suficiente agua. El río Tunjuelo, por ejemplo, seguía teniendo un gran caudal. Se seguían encontrando peces y cangrejos en el río; aún se veían aves, aunque según los testimonios, ya con menos intesidad. Por ejemplo, en la composición de la avifauna, se divisaban bandadas de garzas (Ardeidae) que suelen ser de climas más cálidos.
Las características climáticas de la zona mantenían correspondencia con las de los años 80, aunque con notorios cambios. Menciona la información recogida en campo, que el clima empezó a presentar alteraciones sobre todo en las temporadas de lluvia, el invierno paramuno característico de esta parte de la ciudad, empezó a reducirse, había disminución de la niebla y las temporadas de lluvias empezaron a modificarse, ya no eran exactas y predecibles como anteriormente.
Respecto a los aspectos productivos, la principal variación observada fue la reducción hasta su eliminación de los cultivos de trigo (Triticum) y cebada (Hordeum vulgare); esto ocurrió debido a que la cervecería Bavaria, que compraba anteriormente estos productos, dejó de hacerlo. Las coberturas agrícolas entonces, se reconfiguraron, predominando ahora los cultivos de papa (Solanum tuberosum), alverja (Pisum sativum), zanahoria (Daucus carota subsp. Sativus), cebolla (Allium cepa) y pastos para ganadería.
Los suelos, si bien mantenían un notable nivel de productividad, se afectaron debido a la contaminación por agroquímicos, además de las implicaciones contaminantes por vertimientos de residuos sólidos y lixiviados originados por la presencia del Relleno Sanitario Doña Juana. Esta reducción de calidad en el suelo fue compensada por un creciente uso de agroquímicos, aumentando la producción agrícola, que además se incentivó por las mejoras del estado de la vía terrestre al centro poblado de la localidad de Usme, pues daba más facilidades para llevar los productos agrícolas a Bogotá.
Otras técnicas que se incorporaron fueron el arado con caballo y la práctica de ‘colgar’ la alverja, lo cual facilitaba el trabajo en el campo. Los cambios en las técnicas y prácticas productivas, así como en los productos sembrados, se corresponden con una serie de cambios socioeconómicos: el crecimiento de las familias generó que las fincas se ‘lotearan’, es decir, a la división en varios lotes de menor tamaño, para repartirlos entre herencia familiar. Los que seguían trabajando la tierra eran los mayores, mientras que los jóvenes empezaron a estudiar y posteriormente a trabajar en la ciudad, y algunos a sostener económicamente a sus padres, lo cual hizo que, tanto la población más jóven, como los adultos mayores, dejaran de sembrar y empezaran a arrendar sus predios, o incluso a venderlos.
Quienes ahora trabajaban la tierra no eran los propietarios sino arrendatarios que venían de otras veredas o incluso municipios cercanos, trayendo nuevas prácticas como las mencionadas, pero menos cuidadosos con la conservación de la calidad del suelo y del agua. Además, su lógica productiva se centraba en la eficiencia de su actividad, lo que contribuyó también en el cambio de los productos sembrados, privilegiando el monocultivo y desestimando la producción de alimentos para el consumo familiar.
Estas nuevas dinámicas territoriales, especialmente en términos laborales y de propiedad de la tierra, coincidieron con uno de los eventos políticos más importantes del momento para la zona: la declaración del Plan de Ordenamiento Territorial de Bogotá. En el artículo 128, numeral 3, se anunciaba la Operación Nuevo Usme, en la que se concibe el impulso del desarrollo urbanístico con vivienda de interés social y prioritario en áreas no urbanizadas de la localidad (Decreto 619 de 2000). Por esta disposición, el distrito inicia el proceso de compra de terrenos en áreas rurales de Usme, evento ante el cual muchos de los nuevos propietarios (hijos de los campesinos, que ya no trabajan la tierra) venden sus predios. En ese momento llegan los primeros proyectos de vivienda de interés social, territorializando zonas que anteriormente eran destinadas para los cultivos o pastizales para ganadería.
La llegada de nuevos habitantes trastocó los procesos de territorialidad rural que ya existían. Por ejemplo, al mejorar el estado de la vía terrestre para optimizar la accesibilidad, aumentó el flujo de visitantes al pueblo, principalmente los fines de semana. La demanda de productos y actividades que generaban los nuevos habitantes y visitantes promovió mayor dinamismo en términos de comercio: aumentaron las tiendas, restaurantes y otros establecimientos comerciales. Se hicieron visibles y posicionaron algunos atractivos turísticos de la zona como los paisajes rurales, y la compra de carne de res de buena calidad y a bajo costo. Es reconocido por los habitantes e incluso por personas de otras localidades de la ciudad, la buena calidad de la carne en Usme. Afirman que el hecho de tener la planta de sacrificio animal en la zona urbana de Usme garantiza su frescura y confiabilidad de origen, además de ofrecer precios cómodos para el consumidor.
Este nuevo y creciente flujo de personas, provocó cambios culturales y sociales. Primero, ya las personas que frecuentan el pueblo no son todas conocidas, los encuentros tradicionales se hacen menos habituales, y se dejan de celebrar las fiestas patronales. Además, se manifiestan los primeros rasgos de inseguridad, aumento de hurtos a viviendas, baja calidad de los equipamientos urbanos y limitaciones en el acceso a los servicios de educación y salud.
Ante este panorama, y en vista de su intensificación y recrudecimiento, la organización social no se ha hecho esperar. Se creó para entonces, la Mesa de Concertación de Borde Urbano Rural, como escenario de interlocución entre los pobladores rurales, los nuevos habitantes urbanos y las instituciones distritales. El espacio comunitario ha propiciado la construcción de propuestas de territorialización que privilegian la habitabilidad de la población campesina y sus formas de reproducción social y económica. Muestra de ello ha sido la puesta en práctica del turismo agroecológico, la producción hortícola y el mercadeo de productos orgánicos por parte de la Corporación Mujer y Tierra. Así mismo, la realización del Festival de la Memoria –espacio de celebración que se lleva a cabo el tercer domingo del mes de octubre, en el cual los pobladores realizan desfiles de carrozas, feria gastronómica, encuentros de grupos musicales y caminatas ecológicas–.
Además, se da testimonio por parte de los pobladores de la zona, al amplio proceso de gestión local liderado por la organización “Asamblea Sur”, que ha liderado la propuesta de constituir un pacto de borde en el que se defina la vinculación de los habitanes rurales y urbanos del sector, así como la construcción de iniciativas de desarrollo local que den reconocimiento al modelo de ocupación campesino que prevalece, para ello proponen al gobierno de la ciudad acciones tendientes a:
· Conservar la estructura ecológica principal mediante la representatividad del sistema de áreas protegidas, la oferta de bienes y servicios ambientales y ecosistémicos, los cuerpos de agua superficiales, los acuíferos y sus zonas de recarga, para asegurar la regulación del ciclo hidrológico; · Frenar dinámicas de especulación del suelo frente a la escasez de terrenos para la agricultura; · Dirimir los conflictos dentro de las comunidades, y entre los procesos de planificación y gestión pública; · Concertar mitigación y pago por contaminación y subvención por efectos en la salud por la explotación minera y agregados materiales para la construcción (grava, arcilla, arena, cemento y ladrillo); · Concertación público-privada para el pago por contaminación y subvención a efectos en la salud por los impactos ocasionados por el Relleno Sanitario Doña Juana; · Desarrollar inversiones en restauración paisajística y de usos del espacio público, a fin de localizar senderos peatonales e instalaciones recreativas y deportivas; · Dar cumplimiento al Plan Parcial de Manejo Arqueológico y de renovación de vivienda rural; · Desarrollo de obras de infraestructura para la implementación de actividades de producción de las economías campesinas: infraestructura de acueductos veredales, dotación de tecnologías avanzadas para su uso en producción de formas de energías renovables e implementación de nuevas tecnologías para acceder y promocionar productos peri urbanos y rurales a la ciudad.
Aunque se han presentado variadas vicisitudes respecto a su capacidad de interlocución y negociación con las instituciones del gobierno de la ciudad, en la medida en que avanzan los criterios de urbanización, la condición de incertidumbre es mayor para los pobladores rurales, quienes se amparan ahora en movilizaciones sociales de resistencia pacífica, y un constante ritmo de encuentros ciudadanos promovidos por las juntas de acción comunal y el acompañamiento de universidades, entre las que se encuentran la Universidad Nacional de Colombia, la Pontificia Universidad Javeriana, Universidad Distrital y Universidad Minuto de Dios.
El paisaje y las dinámicas territoriales a 2016: De la degradación de suelos a la densificación urbana y el desarraigo.
El paisaje representado en la Figura 4 es notoriamente heterogéneo, contiene diversidad de coberturas, dispuestas discontinuamente a modo de mosaico. El detalle del mapa permite diferenciar el tipo de cultivos que hay en la zona, e incluso el tipo de pastos para ganadería. También diferencia entre zonas verdes urbanas, recreativas y turísticas, e incluso entre el tipo de zona urbanizada.
En términos generales se puede decir que en el paisaje sigue predominando una matriz conformada por un mosaico de pastos y cultivos, esta en un porcentaje total del 63,9%. Un cambio importante que se muestra es la expansión del área de la cobertura de zonas urbanizadas, la cual alcanza ahora el 19,94%.
Figura 4. Mapa de coberturas 2016. Fuente: Los Autores.
Los elementos lineales que se pueden identificar siguen siendo predominantemente la carretera y las quebradas, no obstante algunas de estas ya están secas o canalizadas. Los corredores de bosque ripario mantienen la fragmentación evidenciada desde el 2000.
En referencia a las dinámicas territoriales que van configurando las morfologías de este paisaje, pueden clasificarse prinicipalmente por tensiones identificadas por los pobladores, que provienen de condicionantes ambientales y socio-productivas.
El río Tunjuelo y las quebradas son tal vez los elementos que más impacto han recibido en estos últimos años. Las fuentes hídricas presentan una fuerte afectación por contaminación; los habitantes sostienen que es principalmente porque recibe los vertimientos de aguas residuales de los conjuntos residenciales cercanos. Las quebradas presentan ahora poca cantidad de agua, e incluso algunas se han secado. La información obtenida a partir de las entrevistas arrojó además que esta situación ha incrementado el número de enfermedades pulmonares, producto de la creciente polución por la cercanía al relleno sanitario, las zonas de explotación minera de grava y arena, además de la notoria erosión de los suelos en el sector.
Respecto al estado de los suelos de vocación agrícola, es evidente la degradación dado el intenso y continuado uso de agroquímicos, lo que genera que se reduzca su calidad y productividad, requiriendo a su vez un mayor aporte de fertilizantes.
El aumento en el uso de agroquímicos se intensifica con otro factor que ya venía presentándose desde hace quince años, y es el hecho de que las personas que arriendan la tierra buscan agilizar la producción para tener mayor eficiencia. Además, se relaciona con un aspecto económico muy concreto: los productos cada vez los compran a precios más bajos, que son puestos por los mayoristas, y permanentemente no alcanzan a cubrir los gastos mínimos de la producción.
Este contexto ha modificado incluso el tipo de productos que se siembran. Hoy en día se han reducido los cultivos de papa, alverja y cebolla, que otrora eran los cultivos predominantes; ahora se diversificó la siembra y se encuentran productos como la papa criolla (Solanum phureja), la zanahoria (Daucus carota subsp. Sativus), las fresas (Fragaria), las habas (Vicia faba) y el cilantro (Coriandrum sativum). Respecto al área de cultivo, cada vez se reduce por la expansión de la urbanización que ocupa suelos productivos y antes dedicados a los cultivos.
Respecto a la propiedad de la tierra, se acentúa la tendencia al ‘loteo’ y al arriendo a campesinos de otras veredas y municipios. Muchas personas además están vendiendo sus predios, ya que los nuevos propietarios son jóvenes que no aprendieron o no quisieron trabajar la tierra, y prefieren venderla. Esto va de la mano con el fenómeno de la migración de pobladores de Usme hacia la ciudad, ya sea a trabajar o a estudiar. Lo anterior no es sólo una cuestión de voluntades, intereses o cambio de costumbres; está fuertemente ligado con el hecho de que no existen en Usme posibilidades de trabajo y capacitación, especialmente para los jóvenes.
Las dinámicas familiares ya no circulan alrededor de la producción agrícola. Hoy en día lo común es que tanto el hombre como la mujer en la casa trabajen, generalmente empleados en la ciudad. El tránsito constante entre la ciudad y el pueblo, así como la llegada de nuevos habitantes que antes venían de otros barrios de Bogotá, ha hecho que algunas costumbres se modifiquen radicalmente. Este es el caso del surgimiento de otro tipo de actividades de encuentro y recreación que son más frecuentes en los espacios urbanos, como lo son los car-audios, estas son reuniones de propietarios de vehículos, en los que se coloca música electrónica a alto volumen.
En cuanto a la urbanización, ésta sigue creciendo exponencialmente. El área que ya se estaba construyendo con vivienda de interés social, se ha ido densificando con la construcción de más conjuntos residenciales, muchos de estos alrededor de la ronda del río Tunjuelo.
No obstante, con la llegada de las viviendas y sus habitantes, no alcanzan los equipamientos y servicios sociales. Los que tenía Usme Centro, ya no dan abasto, lo que complica la garantía de calidad de vida no sólo para los nuevos habitantes, sino también para los antiguos que ahora tienen que competir por su acceso.
Finalmente, para efectos de la comparación y síntesis, se agregaron las áreas de las coberturas correspondientes a un mismo nivel de clasificación, identificando las áreas para las seis coberturas trabajadas en los dos años anteriores. Así se obtuvo con el Gráfico 1, las evidencias que corroboran las implicaciones territoriales de los vínculos urbano-rurales y en su efecto la transformación del paisaje en la zona de estudio, demostrándose el evidente cambio en las coberturas del suelo en los últimos 30 años. Como se pudo constatar, el patrón en un inicio fue la supremacía del mosaico de pastos y cultivos, y su decrecimiento con el tiempo, producto de los avances del proceso de urbanización de la ciudad, ahora bajo la afectación de cambios en la variabilidad climática, irregularidad de las lluvias, contaminación de fuentes hídricas, usos intensivos del suelo para la agricultura con la aplicación de agroquímicos, aumento de enfermedades, inseguridad y desarraigo de las comunidades campesinas que han habitado tradicionalmente esta zona de la ciudad.
Gráfico 1. Tendencias en los cambios de cobertura del suelo. Fuente: Los Autores.
CONCLUSIONES
El estudio verifica las implicaciones territoriales del cambio estructural del paisaje, en el contexto de relaciones sociales basadas en el acceso, uso, transformación y control del suelo y sus recursos, ahora dominados por la primacia de la urbanización política y económicamente forzada. Así por ejemplo, las economías de mediana escala del sector agropecuario se diluyen ante el cambio de la matriz productiva tradicional y optan por el acceso a empleos ligados a los desarrollos urbanísticos o a emprender pequeñas ofertas de servicios para acceder a ingresos, como es el caso de las iniciativas turísticas, aspectos que se yuxtaponen a las condiciones de vida de los nuevos pobladores que se integran inevitablemente a estos espacios de habitabilidad.
Hoy, aquellas expresiones de territorialidad vinculante demarcan formas de interacción continua con lo urbano, incluso entre pequeños cultivadores, semiocupados y desempleados urbanos, producto de flujos de migrantes y trabajadores de diferentes sectores y condiciones de vulnerabilidad. Estos espacios han comenzado a tener un valor paisajístico y de sus costumbres que se definen en el marco de un fuerte soporte discursivo sobre los impactos ambientales a consecuencia del crecimiento urbano, la destrucción forestal, y la contaminación de las aguas. Demuestran ser lugares de lucha política tienden a fusionarse con los lenguajes político étnico/raciales, y se vinculan cada vez más con el género y la sensibilidad ecológica (Woods, 2009).
En este orden de ideas, nos encontramos ante un fenómeno de ocupación de un espacio que se hace difuso, “dentro de la ciudad persiste el campo […] los nuevos espacios tienden a reproducirse sin un centro dinamizador, ni poseen periferias reconocibles, podrían incluso existir como redes policéntricas” (Sieverts, 2003, p. 3).
Lo que muestran las territorialidades urbano-rurales es que el paisaje allí transformado, está lejos de ser una franja y de ser un espacio de transición. Estas definiciones tienden a ser reduccionistas, en tanto que conciben los paisajes como escenarios con cierta homogeneidad, cuando lo que se territorializa es todo lo contrario. Se evidencia una gran diversidad de actividades, de actores, de dinámicas que se asocian de cierto modo a lo que podemos denominar una “transposición rururbana”. En otras palabras, una suerte de territorialidad integrada, localizada e intertextual que se yuxtapone entre lo cartográfico y las intencionalidades, interés, comportamientos y valores de las personas que habitan en aquellas demarcaciones al límite de un espacio determinado –la ciudad– y al límite de un espacio indeterminado –el campo–. El paisaje que allí se produce, tiene la particularidad de no poderse definir como esencialmente urbano, ni tampoco como rural. Es un umbral de acontecimientos funcionales entre las prácticas sociales de diversa índole y su manifestación física.
De este modo la configuración del paisaje, así como su función y dinámicas territoriales, no se restringe únicamente a lo que construyen los habitantes, y quienes lo viven en su cotidianidad. Existen otros actores que ejercen poder y deciden sobre su ordenación, muchas veces promoviendo o evitando cambios que entran en conflicto con los habitantes antiguos, pero también con las dinámicas ecológicas e históricas. Esto provoca efectos sobre los ecosistemas, pero también sobre el tejido social, transformaciones ante las cuales las personas, y en sí el sistema, busca adaptarse a las nuevas condiciones.
Como lo hemos podido apreciar, existe una mayor imposición y perspectiva que se define desde el flujo de circulación de las actividades urbano-industriales y ahora del mercado de bienes y servicios, en ese sentido se requieren estudios que indaguen sobre las operaciones, prácticas y estrategias de aquellas instituciones que impulsan una homogenización de lo urbano sobre lo rural. Implica por tanto, explorar las políticas públicas urbanas, en clave de determinar qué sectores productivos y sociales se benefician de estas formas de regulación, y qué impactos han tenido sobre los procesos de poblamiento y prácticas de territorialización de los espacios rurales.
La comprensión de las identidades que surgen a partir de las territorialidades originadas por los vínculos urbano-rurales, implica el estudio de los procesos de negociación entre los diferentes actores sociales implicados. Las identidades también se negocian, ya que en ello está interviniendo el tipo de arraigo que de aquel vínculo emerge. En este campo habría que tener previsión para no caer en esencialismos, bajo la idea de que es indisociable, por ejemplo, la relación entre el campesino y la tierra; habrá que asumir que estas paridades o disparidades devienen del ámbito de las negociaciones. Este es un campo de análisis que, en perspectiva de los estudios territoriales, propone dar cuenta de las relaciones entre el campo de estudio de la ecología del paisaje y la geografía humana, asumiendo allí el territorio como sintaxis de la representación material e inmaterial de sus pobladores. Así, dichas territorialidades pueden asumirse como lugares de sobrevivencia, o como lugares en disputa que requieren de formas de planeación que desde las periferias de la ciudad desplieguen la integración y preservación de los recursos naturales y con ello restringir su segregación o aniquilación.
Finalmente, los ritmos de las necesidades de información para las comunidades en estos espacios complejos se hacen prioritarios para la toma de decisiones, lo cual enlaza la necesidad de un cambio en la orientación de lo que es la planificación de los territorios en general, con los campos de la gobernanza territorial y en el estudio de las potencialidades locales. No es un asunto de ver solo los cambios biofísicos, en absoluto; de hecho, existen variadas críticas sobre los enfoques técnicos que no manejan una noción integral del paisaje. Más bien es el punto de salir de la exclusividad de lo técnico y entrar a pensar cómo traducirlo al servicio de procesos de gestión territorial que posibiliten el desarrollo de las sociedades, a partir de la vinculación entre lo urbano y lo rural, y sin detrimento de las condiciones de sostenibilidad de los ecosistemas.
AGRADECIMIENTOS
Los autores agradecen a los representantes y gestores locales de la Corporación Mujer y Tierra, Junta de Acción Comunal de Usme, Concejo de Planeación Local de Usme y Junta de Acción Comunal del barrio La María, quienes participaron y aportaron sus conocimientos y experiencias para el análisis del objeto de estudio de esta investigación.
Potencial conflicto de intereses
Los autores declaran que los contenidos presentados en este artículo no presentan ningún tipo de conflicto de intereses, ya que corresponden a resultados de un proceso investigación doctoral en el campo de los estudios territoriales de la Universidad de Caldas, el cual busca analizar los procesos de configuración territorial a partir del agenciamiento de las relaciones urbano-rurales contemporáneas. Dentro del estudio se incorporó al doctorando y autor del artículo, Manuel Enrique Pérez Martínez, para dirigir un trabajo de tesis de pregrado en ecología, en nombre de la estudiante y co-autora del artículo, Edna Jessenia Villamil Ruiz, el cual ya ha sido terminado. Con ello se integraron los análisis de ecología del paisaje, reproducción y análisis de material de geo-referenciación y las metodologías del trabajo de campo en comunidades. Producto de ello se aporta conocimiento a dos líneas de investigación en particular: “Configuración productiva y social de los territorios rurales” del doctorado en referencia, y, “Adaptación socio espacial en periferias de transición rural-urbana” del Grupo Institucionalidad y Desarrollo Rural de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Pontificia Universidad Javeriana.
Fuentes de financiación
La fuente de financiación para la ejecución de la investigación proviene del apoyo concedido por la Vicerrectoría Académica de la Pontificia Universidad Javeriana, dentro del Plan de Formación Doctoral del doctorando Manuel Enrique Pérez Martínez.
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Para citar este artículo: ___. (2018). De las territorialidades urbano-rurales a las transformaciones del paisaje: un estudio de caso en la vereda La Requilina, localidad de Usme, sur de la ciudad de Bogotá (Colombia), 1985 – 2016. Revista Luna Azul, 46, xx-xx. Recuperado de http://200.21.104.25/lunazul/index.php/component/content/article?id=283. DOI: 10.17151/luaz.2018.46.15
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